Soledad Puértolas, después de dos magníficos libros de relatos ('El fin' y 'Chicos y chicas') y un acercamiento a la obra de Baroja, regresa a la novela. Y lo hace con 'Música de ópera' (Anagrama), una historia llena de voces, personajes, silencios, secretos, rencores, amores (también amores silenciados) y desamores. Verdades que se encaran de frente y otras verdades que se acomodan entre los pliegues de lo sugerido. Al frente, un personaje muy potente, doña Elvira, que se debate entre los acontecimientos que están sucediendo y sus refugios particulares, los que conforman su propio mundo. Incluso cuando estalla la guerra civil, con todo el desconcierto y el miedo que eso implica, ella no quiere abandonar sus refugios y sus privilegios. Puértolas compone con maestría la manera de entender el mundo de esta mujer. Quizá no sea tan egoísta como puede parecer, quizá se trate de una mujer que no afronta la pérdida de esos privilegios y encuentra en sus músicas, sus viajes y sus paraísos la manera de enfrentarse a todo lo que se le viene encima. Para ello, casi como una liturgia, escribe cartas a una amiga fallecida tiempo atrás. Y esas cartas, como elemento narrativo, constituyen otro de los grandes logros de esta novela. Es en ellas donde nos damos cuenta de que en doña Elvira el lado poético y melancólico (¡ese tiempo que jamás regresará!) puede ser más fuerte que su sentido práctico o hedonista de la vida. Las palabras -una ves más- como una forma de escape, de evasión.
Hay más personajes, muchos más, femeninos y masculinos: todos ellos con su pequeña historia a cuestas. Es cierto que los personajes femeninos tienen un papel muy importante, pero también en los masculinos reside el peso de la historia y, cada uno desde su perspectiva y con sus planteamientos, una manera de enfrentarse al mundo, a la guerra civil, a los acontecimientos, personales y colectivos, en los que a medida que avanza la narración se ven involucrados. Los matices, en ellos, los personajes masculinos, también son muy importantes. Puértolas ha compuesto con mimo y sabiduría cada uno de esos matices, imprescindibles para comprender sus propias existencias y el mosaico en el que están situados. Se nota que la escritora ha trabajado mucho la novela que se traía entre manos y que también ha disfrutado mucho haciéndolo. Posiblemente, en ese equilibrio reside la grandeza de esta historia. La historia de una familia que no es perfecta, ni pretende serlo. La historia de una familia que se va adecuando a las circunstancias a medida que éstas surgen. La historia de una familia: de sus voces y de sus silencios. Y así, todo ello, queda retratado en una novela tan poderosa y fascinante como esas músicas con las que la protagonista, doña Elvira, durante los años de gloria y también después de ellos, se refugia de la intemperie.
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