De la piscina donde Salvador Mallo, director de cine en crisis creativa y existencial, se desliza para aliviar sus dolores de espalda hasta el río de su infancia, donde las mujeres cantaban coplas y lavaban la ropa en feliz camaradería. 'Dolor y gloria' oscila constantemente entre esos dos tiempos, la madurez y la infancia. La madurez llena de conflictos y la infancia despreocupada, donde tendrán lugar importantes descubrimientos (el primer deseo, las lecturas, el cine, los actores y, sobre todo, las actrices...). Dos tiempos por los que transita Mallo en busca de una razón: volver a la vida, que en su caso es sinónimo de volver al cine, de escribir historias y realizar películas.
Entre medias, entre el primer deseo (rodada con exquisito gusto) y el último fotograma filmado, toda una vida. La suya. Con sus amores, desamores, encuentros, desencuentros, equilibrios y desequilibrios, trabajos, pasiones y heridas. Sobre todas las pasiones, quizá incluso también sobre las amorosas, el cine. Y las heridas que proceden del hecho de estar vivo: heridas físicas, dolores terribles que paralizan, angustia. Consigue 'Dolor y gloria' transmitir con una sinceridad casi feroz lo que es ese sufrimiento que, a veces, ni siquiera los medicamentos pueden aliviar. Todo en esta admirable y elegante película resulta creíble, pero puede que eso, la parte en la que se muestra el dolor insoportable, sea lo más creíble de todo. Un verdadero calvario que deja al descubierto la fragilidad de una persona, un director de cine en este caso, a la que no le sirve toda la gloria del mundo para ahuyentar ese pánico, esa angustia, esa desazón. La fragilidad humana, lejos de los focos, en la penumbra de una casa silenciosa. Antonio Banderas consigue transmitir esa fragilidad en cada movimiento, en cada mirada, en cada silencio y en cada evocación del pasado. Ese pasado que, en medio de la crisis y el dolor, logra dar sentido a un presente que se antojaba más bien nebuloso. La escena final, gloriosa, es prueba evidente de ello.
La madre, antes y después, como sombra y como presencia constante. Luminosa Penélope Cruz y asombrosa Julieta Serrano, que aprovecha cada segundo en pantalla con una sabiduría a la altura de su talento. Justo sería recompensarla con el Goya. Asier Etxeandia y Leonardo Sbaraglia cumplen a la perfección con sus cometidos. Destacaría un momento de cada uno de ellos: el monólogo de Etxeandia y el último encuentro con Sbaraglia.
Es una película que te deja un poso triste porque pocas cosas hay más tristes que la impotencia ante el dolor físico, pero también, junto a ese poso triste, hay otro de esperanza gracias a ese último plano que antes mencionaba, donde pasado y presente se unen definitivamente, y la luminosidad entre por esa puerta que todavía sigue abierta.
'Dolor y gloria' ya está disponible en Netflix.
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