lunes, 15 de abril de 2019

En la muerte de Diego Galán

Mi memoria conserva la imagen de Diego Galán acompañando a una fragilísima Bette Davis cuando, a finales de los ochenta, la actriz americana vino a recoger su premio Donostia (quince días después moriría en el Hospital Americano de París). La cara de Diego era la cara de cualquier cinéfilo rendido a los pies de la que posiblemente sea la actriz más grande de todos los tiempos. Nosotros, tan jóvenes entonces, éramos Diego Galán en aquellas fugaces imágenes que emitía televisión española. Nuestra cara hubiese sido la misma. Luego vendrían más premios Donostia, más ediciones del festival en el que Jack Lemmon nunca estuvo, como dice el título de su jugoso libro sobre cine, y la cara de Galán ante personalidades tan importantes era la misma. La cara de un cinéfilo empedernido que no ocultaba la satisfacción de estar al lado de aquellos seres a los que tanto admiraba desde pequeño. 
Leímos sus libros, vimos sus documentales, seguíamos puntualmente sus artículos. Pero yo hoy, cuando me encuentro con la triste noticia de su muerte en esta tarde de tormentas, pienso en aquellas caras de satisfacción ante tantos hombres y mujeres irrepetibles. Y pienso que tal vez se pueda ser igual de feliz en otras circunstancias, pero, desde luego, no más de lo que él lo fue en aquellos momentos. El cine también eran aquellas caras de Diego Galán. Nuestras caras. 
Descanse en paz. 

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