Mi madre ha estado una semana ingresada en el hospital. A vueltas con su enfermedad. Ha sido duro, como siempre. Quizá todavía más que en otras ocasiones. Los recortes en sanidad son cada vez más evidentes, y la impotencia se hace inmensa ante eso. Toca seguir luchando. Seguir luchando, siempre. ¿Qué otra cosa vamos a hacer? Ya está en casa, que es lo que todos, empezando por ella, queríamos. Ya está en casa, a nuestro lado. Sonriendo. Porque mi madre, pese a todo, siempre sonríe, vaya la procesión por donde vaya. Siempre sonríe y su sonrisa es alivio, dulzura, futuro abierto. Somos fuertes y somos frágiles. Soy fuerte y soy frágil. Supongo que como todos. No importa dar nombres aquí, aunque pocas personas sabían de ese ingreso, pero importa dar las gracias. Amigas, amigos. Cada palabra de apoyo es una palabra de alivio. Por insignificante que pueda parecer cuando la escribes. Alivio. Un segundo de alivio es un mundo de alivio en según qué momentos.
Y, finalmente, nada sería igual sin tu equilibrio, sin tu aliento, cada mañana, cada tarde, cada noche. A deshoras. Cuando el grito es más potente que la calma. Ese apoyo constante. El lenguaje que no hace falta nombrar. El lenguaje de la piel. El lenguaje de los sentidos. El lenguaje del silencio. Aquí. Ahora. A cada instante. Como si el huracán no hubiese pasado, y sin embargo... Y sin embargo, juntos, somos más fuertes que él.
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