Vemos el vídeo donde Ángel ayuda a María José, su mujer, a morir, tras treinta años luchando contra la enfermedad. La ayuda a morir porque ella se lo pide. Lo que parece complicadísimo se vuelve de pronto muy sencillo. El derecho a morir dignamente. El derecho de cada persona a elegir cuando quiere desaparecer porque ya no soporta más su situación (su enfermedad estaba ya en fase terminal, según leemos). Vemos el vídeo. Y nos emocionamos, como no puede ser de otro modo. Lo comentamos con nuestras parejas, con nuestros amigos, con nuestros familiares. Nos acordamos de 'Amor', la película de Michael Haneke, que tanto nos conmovió aquella tarde y las tardes siguientes. La delicadeza de Haneke está también en ese vídeo casero y esclarecedor de una pareja normal y corriente, una pareja como cualquier otra pareja del mundo donde el amor y la compasión están presentes.
Y todo eso está muy bien. La emoción, la delicadeza, el amor, la compasión, el respeto. Pero la cosa no puede quedar ahí. Tiene que ir más allá. Tiene que existir una ley que regule estas situaciones. Una ley que permita a cada persona elegir cuando quiere poner punto final a su infierno. Así que, después de la emoción, la delicadeza, el amor, la compasión y el respeto, conviene plantearse bien las cosas. La reflexión. Quienes están con nuestro modo de pensar y quienes están en contra. Y ésta no es cualquier reflexión. Es una cuestión, sobre todo, de dignidad. Una vez más.
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