Como nos resistimos a dejar de ver el cine en pantalla grande, vamos casi todas las semanas. Estamos en una buena temporada de estrenos. Ayer decidimos ir a ver 'La hija de un ladrón', protagonizada por Eduard Fernández (su personaje es repulsivo, y él consigue que lo detestes) y su hija, Greta Fernández, Concha de Plata en San Sebastián. Es dura, seca, realista. Salimos del cine comentando eso. Al poco rato, ya de regreso a casa, se hace de noche. Y se encienden todas las luces de Navidad. Los comercios llevan vendiendo la matraca navideña desde hace semanas. La gente va cargada de bolsas. La típica euforia de estos días que, a estas alturas, me cansa y me resulta tan excesiva como fuera de lugar. Si tuviese una casa en el monte, me iría a vivir a ella hasta el 8 de enero. Lejos. Lo más lejos posible de toda esta parafernalia, de toda esta falsedad. Varias personas, con la mano estirada, se acercan para pedirnos dinero (suele ocurrir casi todos los días, a una hora u otra). Las dos caras de la moneda: el consumo excesivo y la necesidad. Cada vez me resulta más insoportable todo eso. La desigualdad. Vivir en una mentira, en un mundo de mierda. A ver quién lleva la bolsa más cargada y tiene más luces en su calle.
No se trata de demagogia (y si suena así, me da igual), sino de realidad pura y dura. Y de impotencia, hastío, cansancio.
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