Nos has hecho reír, llorar, soñar, emocionarnos. Nos has hecho viajar a otras ciudades sólo para ver tus interpretaciones. Nos has hecho sentir que podías ser una santa, una loca enamorada, una buena mujer, una mala mujer, una mujer seductora, una mujer guapa, una mujer fea, una mujer perdedora (varias, en realidad, como correspondía a aquellas mujeres que perdieron la guerra), una mujer desabrochada, una mujer enclaustrada que se largó más allá del jardín, una mujer cuyo mayor deseo era bailar... Una mujer de rompe y rasga. Pim, pam, pum... ¡fuego! Nos has enseñado las tetas con descaro y elegancia y nos has dado las buenas noches, como a tu madre teatral, aquella Mary Carrillo que hilaba con tanta elegancia cada personaje y a la que considerabas una de tus maestras, como no podía ser de otra forma. Nos has ofrecido espectáculos dignos del mejor Broadway, Hello Dolly, tantatararararará (aún recuerdo el olor de tu perfume desde las primeras filas), y nos has convencido de que no te equivocaste lo más mínimo cuando gritaste aquello de que querías ser artista. Qué otra cosa si no.
Felices 80, Conchita, Concha. La Velasco.
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