martes, 3 de diciembre de 2019

Lluvia

Hay que vencer la pereza y salia a la calle, a caminar, pese a la lluvia que no concede ninguna tregua estos días. Lluvia y más lluvia. No me molesta el frío, estamos en la época, pero la lluvia me cansa. Sobre todo, para salir a caminar. Sin embargo, lo hago: botas, anorak, bufanda, paraguas. No será un paseo demasiado largo, pero conviene ir prevenido. A media mañana, hay bastante tráfico -pitidos, amago de atascos, voces airadas que salen del interior de algunos coches- y la gente camina apresurada por las aceras, como si hubiese salido para hacer algún recado ineludible y desease regresar lo más pronto posible a su casa. Atravieso el Campo San Francisco, evitando los charcos y esas hojas caídas que al pisarlas te hacen resbalar. Camino despacio. No tengo prisa. No voy a ningún sitio concreto. Salgo para caminar, para despejar la mente. Pienso en la protagonista de mi novela, en la última página que he escrito, en la próxima que voy a escribir. Toda la historia está muy clara dentro de mi cabeza. Pero hay que ir con cuidado: el tema central es (vamos a decirlo así) delicado. Y como todos los temas delicados, requieren mucho trabajo, mucha paciencia. Utilizar, más que nunca, la sutileza. A diferencia de mí con este paseo, sé claramente hasta dónde va a llegar esa mujer, hasta dónde está llegando. Explicar bien los motivos de su decisión es la tarea de las madrugadas de los últimos meses. 
Sigo caminando. Como ya no llueve con tanta fuerza, regreso a casa por el Parque de Invierno. Que sea un paseo largo. Todos los árboles tienen las hojas amarillas, y el otoño se confunde por momentos con el invierno. Supongo que tarde o temprano terminará nevando. 
La imagen de dos paraguas enterrados en una papelera cercana, destrozados por el viento, es la última que atisbo antes de entrar en el portal. 

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