viernes, 7 de septiembre de 2012

En el mercado

El espectáculo es asombroso, digno de ver. El pescadero entra en la cámara de frío y sale de ella con un bacalao gigante, fresquísimo. Lo coloca sobre la piedra de mármol en la que trabaja y que limpia constantemente con la manguera. Lo corta a la mitad, deja una parte sobre el hielo y trabaja con la otra. Lo hace con suma destreza, con un dominio absoluto, incluso con elegancia. Delicadamente, le va quitando la piel y las espinas. Lo corta en trozos pequeños, tal como se lo hemos pedido. Mi madre y yo observamos la escena maravillados. El pescadero reparte el kilo de bacalao en dos paquetes iguales. En todo momento se muestra correcto y educado, sin dar conversación pero sin escatimar comentarios si son necesarios. Me gusta esa manera de actuar de la gente que trabaja cara al público, con amabilidad pero sin excesos. Ese término medio tan difícil de conseguir por algunos. No hay que ahorrarse una sonrisa o una palabra adecuada, pero no hace falta que el pescadero nos cuente -un suponer- si su hija se ha puesto enferma o si no ha pegado ojo en toda la noche. Es más, procuro no ir a sitios donde la gente haga eso, contarme su vida sin conocerme de nada, sólo porque haya entrado allí un par de veces y mi carácter tienda a la amabilidad. De hecho, como este día, me gusta observar el trabajo impecable de la gente que trabaja con la comida que nos vamos a llevar a la boca en silencio, casi un poco aislado del resto de las otras personas. Esas personas que, a la mínima, te sueltan su opinión sobre el gobierno de turno (jugoso tema que aquí, en la época de Cascos, con sus defensores y detractores, alcanzó sus máximos momentos de gloria), el vídeo de la concejala que se grabó masturbándose, alguna de las andanzas de Esperanza Aguirre o el regreso de las corridas de toros a la televisión pública. Pobre de ti si les diriges una mirada mientras proclaman su discurso. Estás perdido. Eso era justo lo que querían, lo que andaban buscando, un interlocutor. Hace poco viví una escena cercana a lo grotesco en este sentido. Estaba en la charcutería y, a mi lado, un tipo algo más joven que yo, aunque no lo pareciese, empezó a soltar una serie de sandeces de esas que te van calentando la cabeza y acelerando el pulso. Resumiendo, el tipo sostenía que si en el Rincón Cubano, durante las próximas fiestas de San Mateo, la gente era tan "roja" y tan solidaria, lo que tenía que hacer era bajar el precio de los mojitos, que todos -concluía- estamos mal de dinero en estos tiempos, ¿o no? Pero esos, añadía (recalcando bien la última letra y moviendo en el aire uno de sus gordezuelos dedos), ya sabemos todos cómo son. Mucha solidaridad, pero de su bolsillo, nada de nada. Como Llamazares, decía. Lo mismito que Llamazares y su cuadrilla, repitió. Todo esto a voces, por supuesto. El pobre charcutero ya no sabía dónde meterse, si preguntarle si quería algo más o mandarle directamente a la mierda. Su cara expresaba eso: vergüenza ajena, indignación. Como la mía, claro, que procuraba mantener fija en el trabajo del charcutero, sin darle la más mínima oportunidad a aquel individuo de dirigirse a mí. Sabía que, si lo hacía, si se dirigía, acabaría estallando. Todo tiene un límite, pese a que ya estoy muy mayor para discusiones absurdas y mi tensión arterial (máxime en estos momentos) no me permite acelerarme demasiado. El tipo cogió su compra, nadie le dijo ni adiós, y se fue farfullando hasta las cajas, donde -me imagino- alguna patochada similar le caería a la cajera. Así estamos. Por eso me gustó mucho esa pescadería que mi madre y yo, casi por casualidad, descubrimos en uno de nuestros paseos matutinos. Y en honor a la verdad, tengo que decir que el bacalao estaba exquisito.

4 comentarios:

  1. ¿Cuando queda vacante el sitio del cronista de Oviedo?

    ResponderEliminar
  2. ¿Y del que nos cuente la vida desde las páginas de EL PAÍS?

    ResponderEliminar
  3. Ostras Mayte, igual es mejor tu propuesta, porque para el provincianismo de Oviedo, Ovidio es mucho Ovidio.

    ResponderEliminar
  4. Ostras Mayte, igual es mucho mejor tu propuesta porque para el rancio provincianismo de Oviedo, Ovidio es mucho Ovidio

    ResponderEliminar