viernes, 21 de septiembre de 2012

Por una lata de atún

Hace dieciocho años -¡qué vértigo, el tiempo!-, Charo López era una mujer absolutamente deslumbrante: por su belleza, por su talento, por su presencia sobre las tablas, las series de televisión y las películas. Entonces, pude verla por primera vez sobre un escenario con una obra, "Carcajada salvaje", de Christopher Durang, que estaba teniendo un gran éxito en el off-Broadway de Nueva York. Una mujer y un hombre muestran en escena lo complicado que resulta vivir. Una lata de atún, en un supermercado, una tarde cualquiera, es el punto de partida. Ahora, dieciocho años después, aún a pesar de los evidentes cambios físicos, Charo sigue siendo una mujer deslumbrante por esa belleza que, le guste o no, nos remite siempre a la de Ava Gardner, y por su condición de gran actriz. De primera actriz. Una mirada y una voz únicas. Una presencia destacadísima, que se sirve por sí sola para llenar todo el escenario vacío. Así volvió a demostrarlo la otra noche, en un teatro Filarmónica abarrotado, otra vez con esa "Carcajada salvaje". La obra no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Los temas de los que trata son eternos. La incomunicación, la soledad, el miedo, las relaciones con los demás, el vacío existencial... Quizá hoy, con todo lo que está pasando, la obra nos pille con la sensibilidad más a flor de piel y ayude aún más a meterse dentro de ella. Es fácil, no obstante, hacerlo. Desde el primer momento, desde que Charo aparece en escena, comprendes al personaje. La historia te atrapa de inmediato. Ella arrastra al público con la misma naturalidad con la que lanza esas carcajadas salvajes, liberadoras. "Riendo salvajemente dentro de la más dolorosa aflicción". Son palabras de Beckett que se recuerdan en el texto y que dan pie al título de la función. Hay que intentarlo, pese a todo, parecen querer decir esas palabras. Hay que intentarlo siempre. Seguir adelante: como sea, riendo. Las carcajadas de Charo inundan todo el teatro. Y pese a todo lo que nos está contando, no sin grandes dosis de humor, el aire fresco hace más respirable la situación de esa mujer, la de todos nosotros. Charo interpreta a esa mujer que ríe y que llora, que se pierde y que intenta volver a su camino, que mantiene la calma en el desequilibrio. Hace dieciocho años, su compañero de escena era Abel Vitón, del que recuerdo una espléndida actuación. Ahora, es Javier Gurruchaga quien acompaña a Charo. Y su interpretación es también muy poderosa. Gurruchaga borda la inestabilidad de ese personaje que siente miedo por casi todo, hasta por salir a la calle. Y cuando los dos aparecen juntos en escena, parecen divertirse tanto como divierten al público. Una manera de reírse de uno mismo, que es una manera de reírse de todo y de todos. No queda otra para continuar encarando lo que nos pueda venir encima. Reírse, sí, salvajemente para ahuyentar las más dolorosas aflicciones. Y que la risa continúe incluso cuando ya hemos abandonado el teatro y las carcajadas de Charo aún resuenan en el interior de nuestras cabezas.

2 comentarios:

  1. Decir Charo López, es decirlo todo. Buena crítica, Ovidio.

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  2. Y porque la gente como tú no puede vivir de lo que escribe? Qué gran verdad la injusticia de la vida.

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