En la cocina, mientras preparo el desayuno, rememoro la escena como si se tratase de la escena de una de esas películas que hemos visto numerosas veces. Dos hombres, en silencio, frente a un hotel. Dos hombres, él y yo. Un hotel, el Chelsea de Nueva York. ¿Qué hacemos allí? Nada, en realidad. O todo, según se mire. Uno viaja por muchos motivos y uno de ellos, en nuestro caso, es conocer los lugares donde alguna vez estuvieron esas personas a las que admiras profundamente desde la juventud. Imaginando, en aquel cálido septiembre, a Leonard Cohen y a Janis Joplin en una de las habitaciones de un hotel desvencijado, detrás de alguno de aquellos visillos viejos y sucios que entonces, probablemente, no fuesen tan viejos y sucios. O quizá sí: las leyendas siempre se enredan en lo cotidiano. Un hombre y una mujer que se necesitaban y que no se necesitaban, que eran feos pero tenían la música, encerrados en aquella habitación. La habitación que, años más tarde, a aquellos dos hombres, él y yo, les hubiese gustado conocer.
La historia es tan sencilla como el desayuno que estoy preparando.
Y suena su música, claro. Y la de Marianne Faithfull evocándolo: "I love to speak with Leonard".
No podía ser de otro modo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario