Que no te engañe esa gente que quiere empoderar a la mujer cosiendo botones y que se aparta de la foto cuando hay una protesta. La violencia machista existe y está extendida como una auténtica plaga por cada rincón del planeta. No se llama violencia en el hogar, ni violencia en el embarcadero. Se llama así, con todas las letras, violencia machista. Punto. Esa violencia que engendra falta de respeto, odio, muerte. Y miedo, no nos olvidemos del miedo. Ese miedo que precede al asesinato es una de las peores circunstancias por la que pasa la mujer que es maltratada. Ese miedo que paraliza, que aniquila, que rompe por dentro a quien lo sufre. Miedo a no haber dicho lo correcto, miedo a que la cena esté fría, miedo a que estás mirando a donde él piensa que estás mirando (otro hombre, básicamente) siendo mentira, miedo a que esa noche vuelvan las hostias, miedo a la penetración sin consentimiento... Miedo, y el vacío posterior. Ese vacío que, después de todo lo ocurrido y si tiene la suerte de no haber perdido la vida a manos del maltratador, convierte a la mujer en un trapo. Y convertir ese trapo en lo que fue, una mujer, es un camino complicado y doloroso.
La violencia machista (que sigue matando mientras escribo esto) es un problema de toda la sociedad. La violencia machista se previene con educación (en casa y en el colegio, por este orden). Las leyes y quienes las representan tienen que proteger con firmeza a las mujeres que se ven envueltas en esta locura.
¿Obviedades? ¿Palabras repetidas? Desde luego, y aun así ahí sigue cada vez más abultada la lista de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas.
Que las voces alzadas de hoy sean las voces de todos los días hasta que todo esto llegue a su fin.
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