Desde la adolescencia, cuando descubrí que jamás podría comprar todos los libros que deseaba, mi vida está asociada a las bibliotecas. Buena parte de lo que he leído pertenece a las bibliotecas de esta ciudad. A todas. Sí, a todas. Porque si había un libro que me interesaba en la más alejada de mi casa, allí estaba yo con mi carné. La emoción de ese trayecto -el de ir a buscar el libro deseado- es similar (aún hoy) a la de recorrer el camino que va de mi casa (la casa de mis padres entonces) al cine. Ahora, excepto dos, las bibliotecas de esta ciudad están cerradas. ¿Por qué? Si se cumplen las medidas de seguridad... Eso nos estamos preguntando estos días. Que se abran sus puertas ya (cumpliendo las medidas de seguridad, eso queda claro), que entre el aire, el sol de septiembre, el adolescente apasionado por la lectura... Que podamos entrar todas las personas que lo deseemos con aquella misma ilusión de entonces. Pocas cosas hay comparables a eso.
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