Llevo varios días leyendo una de esas novelas que, como los capítulos de nuestras series favoritas, a uno le gustaría que tuviese mayor extensión para seguir disfrutando de las andanzas de sus personajes. Se trata de 'Cartas a las novias perdidas', de David Torres. Se trata de la historia de una familia. Una familia con un presente y con un pasado a sus espaldas. Una madre desaparecida, un padre con alzhéimer, dos hermanos que no siempre comparten opiniones, decisiones ni afectos. Y unas cuantas novias, las del título, de uno de esos hermanos, Pablo, el narrador de la historia, escritor de guías de viajes. Del presente al pasado de esta familia. Los negocios casi siempre fallidos del padre, la belleza de esa madre que la hizo actuar de doble de Ava Gardner y Sofía Loren en varias películas que se rodaron en este país, los tejemanejes y los enfrentamientos de los hermanos, y también la presencia del tío Tomás, que trabajó en la Dirección General de Seguridad en los tiempos más duros del franquismo. Páginas que sirven de reflexión sobre un tiempo, tampoco excesivamente lejano, y de unas heridas que, por mucho empeño que se ponga, aún no han terminado de cicatrizar. Siniestra época que siempre conviene recordar. El país que fuimos, como se titula la primera parte de la novela.
Pienso que no lo tenía demasiado fácil David Torres a la hora de enfrentarse a un nuevo trabajo después de sus dos libros anteriores, 'Palos de ciego' (narrativa) y 'Horizonte de sucesos' (poesía), extraordinarios ambos (búsquenlos, si aún no lo han hecho). Sin embargo, el escritor sigue avanzando con paso firme y absoluto dominio del lenguaje en sus planteamientos literarios y son numerosos los logros de esta nueva novela, 'Cartas a las novias perdidas', que obtuvo el LXVI Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid. Esa manera de transitar del pasado al presente al que antes aludía, encadenando hechos actuales con recuerdos de vivencias pasadas. El modo con el que el protagonista, Pablo, fantasea con la vida, ese doble espejo que refleja la realidad -su realidad- y esa otra realidad que sólo existe en su imaginación. La constante alusión a músicas y referentes cinematográficos que ayudan a comprender la personalidad de Pablo y también la de su hermano Fran. La ternura con la que Torres describe la decrepitud del padre, los sueños y las decisiones de la madre, y las historias de amor que, por unos motivos u otros, se fueron quedando por el camino. Esa ternura y esa nostalgia que se hace presente en quien ha cumplido ya unos cuantos años y se encuentra a mitad del trayecto. La hora de replantearse ese otro camino -el que queda por delante-, de encarar el inevitable destino de unos padres ancianos, de desprenderse de ensoñaciones porque la realidad es una cosa y la fantasía que ayuda a hacer más llevadera esa realidad otra bien distinta, de que ese hermano mayor no vuelva a adelantarse, como tantas veces ha ocurrido... La hora, en definitiva, de decir adiós a todas esas novias ("la última vez que nos vimos/ la primera muerte", escribe David en uno de sus poemas), metáfora de un tiempo que ya no existe más allá de la memoria, y todo lo que eso conlleva. Que no es poca cosa.
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