La película comienza con un viaje. Un viaje con palabras, pensamientos, dudas, reflexiones, poemas, musicales y copos de nieve. Y esas palabras del título, "estoy pensando en dejarlo", resuenan una y otra vez en la cabeza de la protagonista, aunque nunca se las diga a su compañero de viaje, al volante. Llevan poco tiempo saliendo y van a visitar a los padres de él (Toni Collette y David Thewlis, soberbios). Y ahí, al llegar a la granja donde viven los ancianos, comienza otro viaje, idas y venidas, vueltas en el tiempo, imaginación o realidad, imaginación y realidad, cada cual decide. Variadas interpretaciones. O solo una interpretación. Y el viaje ya no cesa, el de regreso a no se sabe muy bien qué territorios. La tormenta de nieve, cada vez más fuerte, acentúa la tensión, las palabras no pronunciadas ("estoy pensando en dejarlo" y también algunas otras), la atmósfera. Esa atmósfera que ha creado Charlie Kaufman de un modo tan sugestivo y hermoso y extraño como esa tormenta que no cesa, como esas vidas a punto de romperse (realidad y deseo: o ambas cosas, o todo lo contrario), como ese final que huye, finalmente, de cualquier atisbo de desasosiego. Y suena la música, suena (o no).
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