Lo más gracioso que os puedo contar, que en realidad es mucho más gracioso si lo ves que si lo cuentas, es que en mis numerosas caminatas por el pasillo (mientras hablo por teléfono, maldigo al dichoso virus, cuento los días cual preso de Alcatraz, recito textos que me gustan o la lista de la compra, que también hay que ejercitar la memoria), que es largo y tiene forma de L, hace días que me acompaña Gena, que es más perra que gata desde el primer momento. Si voy lento porque el estado de ánimo no da para más, ella va lenta. Si avanzo rápidamente, hace lo mismo. Si me detengo, se detiene y me mira como diciendo "venga, que perdemos el paso". Si la que se cansa es ella, pone la cabeza encima de mis pies y soy yo el que anima el cotarro, "anda, una vuelta más, que no se diga", y se incorpora y termina de dar la vuelta conmigo sin rechistar.
Luego, a modo de recompensa, le pongo un poco de comida húmeda, que la vuelve loca y que viene a ser como la copa de Rioja para nosotros.
Y después, cada uno a lo suyo.
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