Estás en la cama, despierto, sintiendo cómo alguna vecina maldice la lluvia que le ha empapado la ropa que tenía tendida, y recuerdas que hoy hace dos años que el veterinario le puso la inyección a Francesca. Lo escribí en su momento: una gata no es una hija, eso está claro, pero su ausencia también deja huellas. Y recuerdos que siguen presentes.
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