Éramos jóvenes y, aunque pensábamos lo contrario, no sabíamos mucho de la vida. Éramos jóvenes y, en habitaciones en penumbra, de madrugada, escuchábamos a Aute. En cinco minutos, o menos, nos contaba una historia que era mucho más que una simple historia. En cinco minutos, o menos, cabía toda la vida de de unos seres que se amaban o se habían amado, que buscaban la belleza o la verdad, que se estremecían antes del amanecer, que descubrían que todo era más difícil que encontrar rosas en el mar. De pronto, la voz cálida y cercana de Aute inundaba aquellas habitaciones en penumbra y la madrugada era el refugio de múltiples promesas, de ansiados anhelos, de juegos desinhibidos, de reflejos dorados. Ese es siempre el poder de la poesía, de la música, del arte en general y con mayúsculas. De quien va escribiendo con trazo fino y elegante la historia de un país, de unas vidas, de unas esperanzas o de unos naufragios. Los principios y los finales. Porque todo eso cabe en cinco minutos, o menos. Todo eso que perseguimos y que se escapa en un soplo. Ahora, al fin, lo sabemos.
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