Lo reconozco: me obsesioné con ella. No podía ser de otro modo. Su historia tenía todos los ingredientes para exaltar la imaginación de aquel joven mitómano que empezaba a ser. Su belleza, su rebeldía, su incomprensión, su carácter, su inteligencia. Su vida, en definitiva, en aquel mundo puritano. (Con muy pocos años, en una redacción escolar, escribió que Dios no existía, y eso, por entonces, no estaba demasiado bien visto). Otra hermosa criatura que no parecía encajar en ningún molde preestablecido. Otra hermosa criatura a la que no le apetecía aceptar las reglas de determinados juegos.
Entonces, a mis diecisiete o dieciocho años, sin internet, era más complicado hallar información sobre cualquier cosa. Quería saberlo todo sobre ella. Todo sobre Frances Farmer. Tenía grabada de la televisión la película en la que Jessica Lange, tan parecida físicamente a la propia Frances, daba vida a aquel personaje fascinante. En la película, aunque hubiese podido dar más de sí en manos de otro director, también estaba Sam Shepard (cuyas 'Crónicas de motel' me tenían entusiasmado) y Kim Stanley, pedazo de actriz que daba vida a la madre de Farmer (ambas, Jessica y Kim, fueron nominadas al Oscar). De aquellos hilos, fueron surgiendo algunas cosas. Pequeños apuntes en libros especializados o descatalogados, en programas de radio o televisión de madrugada, en periódicos y revistas (ah, aquellas fotos en blanco y negro en El Europeo de Lange y Shepard)... Cada vez sentía más atracción por aquel personaje, definido como uno de los malditos del Hollywood de los años dorados. Que Jessica Lange y Sam Shepard, que habían iniciado su historia de amor en aquel rodaje, protagonizasen la película no hacía más que avivar el fuego.
Con los años, ya con internet en nuestros ordenadores, fui recopilando más información. Documentales y programas de la televisión americana dedicados a la actriz pululan por la red. Kurt Kobain le dedicó una canción con su grupo y llamó a su hija Frances en honor a la actriz. (Yo hice lo propio con nuestra gata, aunque nunca respondía por aquel nombre y sí por el de Francesca, con el que se quedó).
Las fotos de Frances ocuparon un lugar destacado entre mis libros. La historia de su rebeldía y de su paso por los psiquiátricos, después de tildarla de loca y alcohólica. Los enfrentamientos con sus madre. Su vida itinerante. Sus ansias de libertad. La leyenda ha llegado más lejos, incluso, que el personaje. Y ahí sigue, Frances Farmer, viva en su leyenda y en mi memoria. Hermosa en su juventud y hermosa después del deterioro. Son impactantes esas imágenes, las de después del deterioro, pero siguen mostrando, como digo, una extraña y frágil belleza. Ya no sé si, como decía la canción de Nirvana, Frances tendrá su venganza en Seattle. Ni siquiera si estaría muy interesada en ella.
Fumadora empedernida desde muy joven, Frances murió el 1 de agosto de 1970, a la edad de cincuenta y seis años, a causa de un cáncer de garganta. En esa misma fecha, a este lado del Atlántico, mis padres contraían matrimonio. Pero ésa, a pesar de las extrañas casualidades de la vida, ya es otra historia.
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