Pronto, según dicen, empezará a llover. Entro en la cocina, pongo la cafetera y recojo la ropa del tendal. Ha refrescado. En pleno verano, de repente, pequeñas ráfagas de otoño. El olor del café se mezcla con el de la ropa limpia. Me viene a la memoria la ropa en el tendal de mi abuela, secándose al aire libre, mecida por el viento de los veranos inestables del norte. El olor del jabón y el olor del campo. Las sábanas tocando aquel cielo azul y una vida entera por delante. La cara de aquel niño es ahora la cara de mis padres, de los dos, de mi padre y de mi madre, tocada por el tiempo. La cara de quien sufre y goza, de quien conoce la serenidad y el abismo, la risa y su contrario. La vida se debate entre ambos conceptos. La vida, esa constante búsqueda del equilibrio. Nada de eso sabíamos entonces, cuando el viento mecía la ropa que la abuela acababa de tender, y el sol iba y venía, y las manos olían a chocolate y a ciruelas. Seguimos aquí, aprendiendo lecciones, descubriendo -a estas alturas, sí- quien está de nuestro lado y quien está en el lado contrario. Todos nos definimos por nuestros posicionamientos. Es lo que hay.
Doblo la ropa limpia, me sirvo otro café. Aún no ha comenzado a llover, quizá no lo haga después de todo. Los domingos siempre son días extraños.
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