La primera vez que estuve en Nueva York (septiembre, 2008) y visité la casa de Brooklyn donde Truman Capote escribió 'A sangre fría', aquel libro que le llevó a la gloria y de ahí -como en un brutal abrir y cerrar de ojos- al infierno, sentí un tremendo escalofrío. Allí, en aquella especie de sótano, en muchas mañanas frescas y soleadas como aquella, aquel hombre bajito y de voz chillona, adicto a casi todo, de un modo incansable y obsesivo, había escrito aquella impresionante obra. La genialidad ahí, a escasos metros de los ojos de este mitómano.
Recuerdo hoy, cuando se cumplen 35 años de su muerte, al escritor, aquella mañana tan lejana ya de septiembre caminando por las calles tranquilas de Brooklyn y también al gran actor Philip Seymour Hoffman, que supo reflejar con maestría sus gestos y su tormento, acaso demasiado parecido al suyo propio.
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