Dentro de unos años, si llegamos allá, tal vez veamos estos años de crisis como una especie de época extraña y confusa en la que los poderosos iban por un lado y el resto del mundo por el otro. En este lado, donde nos encontramos la mayoría, en el lado del resto del mundo (por así decir), en el que casi todos avanzamos como podemos, como nos permiten (sin bajar la cabeza, eso sí), donde cada uno intenta hacer cosas, muchas cosas, buscarse la vida, hacerlo lo mejor posible, no retroceder pese al cansancio y la apatía y la dejadez de quien debe restablecer el orden y tratar de aplacar las injusticias. Tiempos de crisis donde la creatividad, por ejemplo, trata de imponerse las mayoría de las veces sobre el desánimo y esa corriente que intenta arrastrarnos con fuerza y sin miramientos, como la corriente de un río embravecido que sólo atiende a los continuos caprichos de la naturaleza. Cuestión de supervivencia, supongo.
He pensado mucho en esto últimamente. Ayer, sin ir más lejos, volví a hacerlo, a pensar en ello, mientras veía los trabajos de unos cuantos joyeros que presentaban sus obras en un concurso (ejemplarmente organizado por el Gremio de Joyeros y Relojeros de Asturias, en el Centro Asturiano) del que yo formaba parte del jurado. Allí, en cada uno de aquellos trabajos, estaba la creatividad, el talento, el esfuerzo. Esas ganas de no tirar la toalla, a pesar de las dificultades, de la tristeza de este tiempo, de la apatía que acecha. De esa desgana con la que, a ratos, hay que batallar. Pude imaginar las horas de trabajo que había detrás de cada pieza. Como el que hay detrás del que se sube a un escenario a recitar un texto, el que compone una partitura o escribe una historia. La imaginación, la paciencia, el entusiasmo, la concentración, la dedicación, la delicadeza. Las ganas de ponerle notas de color a lo grisáceo del momento y de las perspectivas futuras que quizá nos aguarden. Seamos positivos, pese a todo, insisto. Creo que no nos podemos permitir lo contrario.
Allí estaba yo, al lado de Azucena Vence -tan dulce, tan cariñosa, tan buena gente- y del resto del jurado, deteniéndome en la exquisitez de algunas de las piezas, escuchando los comentarios de los expertos, observando con ojos atentos, mientras, al otro lado de la ventana, ya se había instalado definitivamente la noche sobre la ciudad, y las luces que la alumbraban, desde aquella lejanía, eran diminutos y fulgurantes destellos que destacaban poderosamente en la oscuridad. La ciudad, sí, como una postal suspendida y silenciosa y expectante. Una ciudad, como tantas, llena de gente que aguarda. Una ciudad que, como el tiempo, no se detiene. Que va resistiendo. Ayer, sí, volví a pensar en todo ello.
He pensado mucho en esto últimamente. Ayer, sin ir más lejos, volví a hacerlo, a pensar en ello, mientras veía los trabajos de unos cuantos joyeros que presentaban sus obras en un concurso (ejemplarmente organizado por el Gremio de Joyeros y Relojeros de Asturias, en el Centro Asturiano) del que yo formaba parte del jurado. Allí, en cada uno de aquellos trabajos, estaba la creatividad, el talento, el esfuerzo. Esas ganas de no tirar la toalla, a pesar de las dificultades, de la tristeza de este tiempo, de la apatía que acecha. De esa desgana con la que, a ratos, hay que batallar. Pude imaginar las horas de trabajo que había detrás de cada pieza. Como el que hay detrás del que se sube a un escenario a recitar un texto, el que compone una partitura o escribe una historia. La imaginación, la paciencia, el entusiasmo, la concentración, la dedicación, la delicadeza. Las ganas de ponerle notas de color a lo grisáceo del momento y de las perspectivas futuras que quizá nos aguarden. Seamos positivos, pese a todo, insisto. Creo que no nos podemos permitir lo contrario.
Allí estaba yo, al lado de Azucena Vence -tan dulce, tan cariñosa, tan buena gente- y del resto del jurado, deteniéndome en la exquisitez de algunas de las piezas, escuchando los comentarios de los expertos, observando con ojos atentos, mientras, al otro lado de la ventana, ya se había instalado definitivamente la noche sobre la ciudad, y las luces que la alumbraban, desde aquella lejanía, eran diminutos y fulgurantes destellos que destacaban poderosamente en la oscuridad. La ciudad, sí, como una postal suspendida y silenciosa y expectante. Una ciudad, como tantas, llena de gente que aguarda. Una ciudad que, como el tiempo, no se detiene. Que va resistiendo. Ayer, sí, volví a pensar en todo ello.
Tengo una cosa clara, a la luz de esta mierda de tiempo que nos ha tocado vivir, entre el desánimo, la crisis, la clase política (¡qué ascazo me dan!) crecerán dos cosas: la solidaridad entre la buena gente y el arte, el arte en cualquiera de las formas. Los grandes talentos, los genios tienen un caldo de cultivo estupendo para poner luz en medio de tanta oscuridad, también en las ciudades como Oviedo. Hoy es un concurso de joyas, otro día una muestra de fotografía, una exposición de arte, unas jornadas literarias, la presentación de un libro... No es tarde para la cultura, aunque estén empeñados en matarla,
ResponderEliminargracias mil
ResponderEliminarOvidio, fue un gran placer tenerte como jurado. Las reflexiones que haces son todo un lujo. Gracias.
ResponderEliminarAndrés Vázquez González.