Vaya por delante que soy una de esas personas que considera que la historia del cine no sería la misma sin Woody Allen. Me interesan todas sus películas, todas, incluso las menores. Porque incluso en ellas, en las menores, uno descubre inequívocos destellos de su genialidad. Es cierto que no se puede hacer una obra maestra todos los años, que es el tiempo que suele distar entre sus películas. A veces, surge una película menor y otras, una gran obra. O una obra maestra. Que Woody -no conviene olvidarlo-, trágico o cómico o ambas cosas a la vez, tiene unas cuantas en su extensa filmografía. Me parece muy injusto cuando estrena una película menor y la gente se le echa encima, como si fuera un cineasta acabado o como si esas personas se olvidaran de repente de esas obras maestras a las que antes aludía y que (casi) todos tenemos en la cabeza. Es verdad que sus últimas películas (todas ellas, a excepción de "Vicky Cristina Barcelona", con cierto encanto) eran todas ellas obras menores, ¿y qué? Woody con ninguna de ellas había dicho la última palabra, ni la ha dicho aún. Creo que eso está claro. Él sigue con su ritmo de película por año y sabe, como lo sabemos los que le admiramos, que en cualquier momento puede surgir el chispazo (vamos a llamarlo así) que distingue a una obra menor de una gran obra. Lo que es su última película estrenada (ya está rodando otra), "Blue Jasmine".
Poco importan las similitudes que pueda tener la Jasmine del título con algunas mujeres de la vida real, aunque la radiografía pueda ser más o menos exacta. Lo que importa es la historia de esa mujer, Jasmine, despojada de todo. A lo que tiene que enfrentarse por las consecuencias derivadas de su pasado. La historia que comienza al mismo tiempo que la película. Un viaje. Una mujer en un avión. Una mujer que, ya desde ese primer momento, habla y habla. Casi siempre sin interlocutor definido. O sin interlocutor, directamente. Hablar para desahogarse, para liberarse. Hablar para intentar ahuyentar demonios, aunque se trate de demonios complicados de ahuyentar. El pasado -la ruina absoluta, después de una vida llena de lujos, y la traición- pesa sobre el presente. Y sobre el futuro. Ese futuro que parece estar en "la bondad de los desconocidos", como apuntaba aquella otra dama metida en problemas y ensoñaciones. Y Jasmine, a pesar del viaje, de poner tierra de por medio, lo sabe. Vaya si lo sabe. Jasmine lo sabe todo, aunque a veces no lo parezca. Pero sigue adelante. Con alcohol, con pastillas, con la ayuda de su hermana (espléndida Sally Hawkins): como puede. Intenta enfrentarse a un mundo que no es el suyo, en el que no encaja en absoluto. Lo intenta, sin éxito. Y todo vuelve a desmoronarse. Los estados emocionales por los que pasa Jasmine son realmente espectaculares, opuestos, contradictorios, dolorosos. Una montaña rusa de emociones. Un vaivén continuo. Donde ayer había glamour, hoy sólo queda eso, el dolor. Un dolor que refleja Cate Blanchett de modo magistral. Transmitiendo un desequilibrio, un miedo, una rabia, una ansiedad, un cansancio y una amargura como pocas veces se ha visto últimamente en el cine. En cada uno de sus planos -aparece en casi todos-, hablando, llorando o simplemente moviendo los ojos para expresar dolor o perplejidad o angustia (o todo ello al mismo tiempo), queda constancia de su elegancia y grandeza como actriz. Su personaje es de los que perduran en la memoria del espectador. Y su interpretación, también. El Oscar debería ir para sus manos.
Woody Allen ha hecho una gran película: eso es innegable. Sobre las emociones, sobre la fragilidad, sobre las contradicciones propias del ser humano. Y entre medias, entre las palabras de esa mujer dirigidas a un interlocutor o al aire, la música -"Blue Moon"- que une un tiempo con otro, una realidad con otra, un estado de ánimo con otro, una ensoñación con otra.
Esperaba con interés y expectación el estreno, animada por este blogger fantástico, que tanto nos empuja a las librerías, a los cines, a los teatros, a todas partes donde cultura y hambrientos de la misma se den la mano. Y me ha encantado. La película gira todo el rato en torno al innegable talento de la actriz protagonista. Ella es el pilar y está genial, sobre todo en los primeros planos, cuando habla sola, cuando se pone compulsivamente copas, cuando se le va la pinza, cuando le echa la charla a su pobre hermana, que, sin embargo, está mucho más cerca de la felicidad a pesar de su ¿mediocre? vida ... Sorprende ver cuál es la causa de su drama. La venganza, los celos, la mentira, la falta de integridad moral que, de repente, se convierte en justicia, la propia. Me encanta como mete varias veces lo de "hacerse la longuis" expresión que cada vez se oye menos, pero que mi madre dice mucho. Es quizás el as que se guarda Allen para el final. ¿Hasta dónde somos responsables de la vida que nos ha tocado vivir? ¿Cuánto está en nuestras manos para cambiar el destino? Deja abierto el final, los espectadores podemos imaginar que pasará con ella en el futuro. Yo no le auguro nada bueno. Espero ansiosa la siguiente película, que no se si será buena, regular o una obra maestra, pero que nos reunirá a mis amigas y a mi, para hacer cola en el cine, en una reunión que ya se ha convertido en costumbre. Un besín.
ResponderEliminar