martes, 5 de noviembre de 2013

Otra mujer en crisis

La mujer tenía ese mismo porte distinguido que poseen mujeres como Julia Gutiérrez Caba, Jill Clayburgh (tres años se cumplen hoy, precisamente, de su muerte: y algunas de sus interpretaciones aún perviven en mi memoria, pese al tiempo que hace que no las reviso) o mi amiga Toña. Estábamos sentados en la terraza de un café y ya se distinguía desde lejos por su manera de caminar: elegante y decidida. Como camina el que tiene muy claro su objetivo, su destino, y nadie va impedir que lo alcance. Como si la vida, con toda su larga y cansina retahíla de problemas y complicaciones, no pudiese con ella. Porque ella misma así lo ha decidido o porque forma parte de su carácter desde bien jovencita. Un carácter -tal vez- heredado de su madre y de su abuela y de algunas otras mujeres de su familia. O un carácter propio, quién sabe. Un traje de falda y chaqueta negro, unos zapatos de tacón alto, un largo pañuelo de flores a modo de bufanda y un bolso de piel enorme. Y unas gafas de sol, también grandes, de esas que llevaban las actrices (ninguna como Gena Rowlands ha sabido lucirlas) en las películas americanas de los setenta y que ahora vuelven a estar de moda. Todo de calidad. Nada de ropa o complementos de mercadillo. Fuera baratijas, parecía sentenciar con determinación. Ropa buena y clásica que, eso sí, podía adivinarse que llevaba ya algún tiempo en el armario, pese a estar bien conservada. Quizá entonces, cuando se la compró (en alguna tienda ya cerrada, posiblemente), aún podía permitírselo. Quizá, con la economía ya en declive, fue pagándola en cómodos plazos. Era una de esas mujeres que jamás se compraría ropa barata: eso estaba claro. Y si no pudiese hacerlo, seguiría utilizando la del pasado. Esas cosas se notan. Ella era una de esas mujeres. Con determinación y las ideas muy claras. Una de esas mujeres que, aunque se derrumbe el mundo (el propio y el otro), ellas, desafiantes, siguen conservando la clase, el estilo, la determinación y las ideas muy claras. ¿La edad? Rondaría los sesenta años: bien llevados. El pelo, la piel y las uñas (impecablemente pintadas de rojo): todo estaba bien cuidado. Numerosos anillos de oro adornaban sus dedos. Y algunos collares, en perfecta combinación de colores, su esbelto cuello tostado, como el resto de su piel, por el sol. El sonido del movimiento de los collares, al acercarse a nuestra mesa, fue el primero que percibimos. Y un intenso olor a perfume (caro), acompañaba aquel tintineo. Nos sorprendió su llegada. Antes de que pudiésemos reaccionar, ya escuchamos su voz. Casi un susurro. El susurro de una mujer fumadora, desde luego. Grave, profundo, pausado, un punto ronco y un punto distante. Como el de Julia, como el de Jill, como el de Toña. ¿Me pueden dar unas monedas? Ésa fue su pregunta. Directa, sin contemplaciones. Como si estuviese preguntando la hora o la ubicación de una calle concreta en una ciudad desconocida. Con la misma naturalidad. ¿Unas monedas? Quedamos sorprendidos, un tanto desconcertados. Le dijimos que lo sentíamos pero que no podíamos darle nada. ¿Y un cigarrillo?, volvió a preguntar. Se lo dimos. Un cigarrillo que, tras un apresurado gracias, encendió con un mechero de color amarillo que sacó de su enorme bolso de piel negra. Y que colocó con avidez entre aquellos largos dedos adornados con numerosos anillos de oro. Y así se alejó de nosotros, tras hacer las mismas peticiones en las mesas de al lado, con el paso firme y decidido con el que había llegado y el tintineo de aquellos collares perfectamente combinados, envuelta ahora en el humo de aquel cigarrillo que, dada la ansiedad con la que lo fumaba, no llegaría a durarle ni cinco minutos.
¿Una mujer que había perdido la cabeza? ¿Una mujer que lo había perdido todo, que estaba completamente arruinada? Ah, nunca lo sabremos. Una mujer, por las calles de esta ciudad, hace tan solo unos días. Es todo lo que sé.
 
 

1 comentario:

  1. Una novela, un guión de película, lo que sea, nos das tanto y tan poco a la vez, a mi ya me habías creado inquietud y un extraño sentimiento de angustia.

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