A veces la necesidad de escribir es superior a todo lo demás. La necesidad de contar lo que está pasando alrededor, lo que estás viviendo, lo que estás anhelando, lo que estás sufriendo o lo que estás disfrutando. Hay veces que esa necesidad te posee de un modo casi feroz y hay veces que leyendo a otros escritores sientes en cada uno de sus párrafos cómo esa necesidad está fuertemente arraigada en ellos. Cómo la escritura les posee de una manera urgente, irrefrenable, determinante, necesaria. Puedes apreciar que no serían los mismos si no estuviesen escribiendo ese libro en ese momento preciso. Son lo que son por lo que están contando ahí, en ese texto en el que la vida se funde con la literatura de forma implacable. Y en algunos casos, impecable. Y lo demás, mientras escriben ese libro, no importa. Es como si, de algún extraño modo, todo dejara de existir. Todo careciese de importancia. Y el único sentido de la existencia estuviese ahí, en ese escrito. En su elaboración, en su sencillez o en su complejidad. Los misterios que rodean a la creación. Y al creador.
Pienso en todo esto mientras leo uno libro que está descatalogado y que llevaba mucho tiempo buscando casi de un modo desesperado. "Crónica de la noche", de Colm Tóibín. El otro día, buscando otras cosas (como pasa siempre, no es novedad), lo encontré en una librería de viejo, a un módico precio, doce euros. Allí estaba, en una estantería, al lado de "Brooklyn", esa extraordinaria novela que el escritor irlandés publicó hace un par de años con Lumen. Rápidamente distinguí esas tapas anarajandas de la editorial Emecé que tantas veces había visto rebuscando por internet, siempre al lado de la dichosa palabra: descatalogado. ¿Cómo pueden estar descatalogados (o sin traducir) libros de un escritor tan inmenso como éste? ¿Cómo puede suceder eso mientras se publica cada día más basura sólo por llevar el nombre de un famoso de tres al cuarto en la solapa? No voy a poner ejemplos: todos los tenemos en la cabeza. Cosas que definen a un país, a unos tiempos, a unos editores. Cosas que te revuelven el estómago y te desesperan, inevitablemente.
Llegué a casa y me metí en la historia de Tóibín. Era incapaz de hacer otra cosa. En la vida de ese profesor homosexual que vive en el Buenos Aires de la dictadura y que tiene que vivir esa sexualidad, la suya, de un modo silencioso. Las dificultades que trae consigo ser homosexual en según qué países, en según qué tiempos. No resulta difícil identificarse con ese personaje, seas homosexual o no. Aunque ahora parezca que todo es aceptado y que está bien visto, no hace demasiado tiempo que en este mismo país no era así. (Y para qué vamos a mencionar a Rusia y sus leyes, y a esos bárbaros que castigan violentamente a personas homosexuales y luego cuelgan sus hazañas en la red sin ningún tipo de rubor ni vergüenza). Los que tenemos cierta edad sabemos de lo que estamos hablando. La noche, la clandestinidad, las miradas que se encuentran, los silencios, el sexo furtivo. Y el miedo, tan presente, tan amenazador. La represión a la que la propia sociedad trata de someter al que no tiene la sexualidad mayoritaria, al que siente y desea de un modo diferente. Al que quiere ser libre siendo como es. Toda esa injusticia, una vez más. Magistralmente narrada en estas páginas que, insisto, no puedo comprender que estén fuera de catálogo. Como tantos otros libros del propio autor, por cierto.
El sida, como corresponde a esos años, los ochenta, y al igual que en "El faro de Blackwater" (otra de sus grandes novelas, donde un hijo moribundo, una madre y el mar son los protagonistas de la historia), también hace su aparición. Es inevitable. Forma parte del reflejo de una sociedad que descubre acongojada la aparición de una enfermedad de la que hasta ese momento no se sabía nada. Tóibín lo narra todo de forma contenida y poética. Realista y contundente. Sin edulcorar las cosas, sin ocultar su nombre. Poniendo sentimientos y emociones en esa manera de narrar de la que hablaba al principio de este texto: necesaria, imperiosa, irrefrenable.
Una novela poderosa y necesaria (sí, vuelvo a utilizar esa palabra porque es la más adecuada), que algún editor sensato debería plantearse urgentemente reeditar. Una novela que refleja lo que somos, lo que hemos sido. Y no hablo sólo de homosexualidad. Voy más allá: hablo de seres humanos. De miedos, de búsquedas, de sensaciones. De maneras de sobrevivir. De seguir en pie, en lucha. De proseguir del mejor modo posible este viaje. Lo que a todos nos afecta, nos incumbe.
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