Hace tres años, la fría tarde de domingo en la que Soledad Puértolas ingresó en la RAE, estaba sentada a mi lado. Era una mujer inquieta y más menuda de lo que parecía en las fotos de sus libros que hablaba con otra escritora, Marina Mayoral, que estaba sentada al otro lado, y que escribía constantemente cosas en un cuaderno. Palabras sueltas, garabatos, alguna frase inacabada, un pequeño dibujo, el esbozo de una idea, un chispazo. Eso era lo que podía ver de reojo, desde mi asiento, sin que se diese cuenta, para no molestar ni parecer indiscreto. Poco antes de que comenzara el acto, le estaba contando a Marina que tenía una nueva novela escrita. Una novela un poco filosófica y complicada, decía. Ahora, añadió, que se ha vuelto tan difícil publicar para algunos... Supongo que esa novela era "Qué escribes, Pamela", publicada por la editorial Menoscuarto el año pasado. Efectivamente, pese a la sencillez de su lenguaje, es una novela que esconde muchas voces dentro, muchas ausencias, muchos vericuetos, muchos secretos. Historias dentro de otras historias. Hay que estar pendiente del hilo, no perder la atención en ningún momento, no despistarse. Una narración extraordinaria de alguien con un importante bagaje literario a sus espaldas. Como siempre me ocurre en esos casos, me entraron unas ganas enormes de leer aquella novela de la que su autora hablaba con entusiasmo, pero no me atreví a decirle nada a Enriqueta. Su imagen, de alguna manera, imponía. No parecía que tuviese aquella tarde ganas de hacer nuevos amigos. Fue la impresión que me causó. Enriqueta Antolín, que murió esta semana el mismo día de su cumpleaños. Tampoco me atreví a decirle que había leído casi toda su obra. Aquellos libros, en su mayoría descatalogados, que había encontrado en anteriores viajes a Madrid, en librerías de segunda mano de Oviedo o de Gijón. No me atreví a hacerlo, no sé por qué. No le dije nada. Y me arrepentí.
Ayer, después del estupendo artículo que Elvira Lindo dedicaba a las librerías, fue la primera noticia que leí. La de su inesperada muerte. Y a mi cabeza vinieron el recuerdo de sus libros: de su lectura y de su búsqueda por las librerías de viejo de Madrid y de mi tierra. "La gata con alas", "Mujer de aire", "Regiones devastadas", "Ayala sin olvidos"... (Todos ellos, al igual que el resto de su obra, a excepción de su última novela, publicados por Alfaguara). A mi cabeza también vino aquella tarde en la RAE, la imagen de aquella mujer que parecía inquieta y menuda esbozando ideas en un cuaderno, hablando con su colega, pendiente de su cuaderno, ajena a mis observaciones. Un poco cansada también, todo hay que decirlo. Cansada, quizá, porque le estaba costando publicar aquella novela, no lo sé. Cansada, quizá, porque los tiempos estaban cambiando de una manera que no era demasiado de su agrado, no lo sé. Pero me atreví a intuirlo, a entreverlo. Y así me sigue pareciendo hoy, tras enterarme de su muerte. Quizá aquella especie de cansancio fue la barrera que me impidió empezar a hablar con ella. Qué importa ya.
Ayer, después del estupendo artículo que Elvira Lindo dedicaba a las librerías, fue la primera noticia que leí. La de su inesperada muerte. Y a mi cabeza vinieron el recuerdo de sus libros: de su lectura y de su búsqueda por las librerías de viejo de Madrid y de mi tierra. "La gata con alas", "Mujer de aire", "Regiones devastadas", "Ayala sin olvidos"... (Todos ellos, al igual que el resto de su obra, a excepción de su última novela, publicados por Alfaguara). A mi cabeza también vino aquella tarde en la RAE, la imagen de aquella mujer que parecía inquieta y menuda esbozando ideas en un cuaderno, hablando con su colega, pendiente de su cuaderno, ajena a mis observaciones. Un poco cansada también, todo hay que decirlo. Cansada, quizá, porque le estaba costando publicar aquella novela, no lo sé. Cansada, quizá, porque los tiempos estaban cambiando de una manera que no era demasiado de su agrado, no lo sé. Pero me atreví a intuirlo, a entreverlo. Y así me sigue pareciendo hoy, tras enterarme de su muerte. Quizá aquella especie de cansancio fue la barrera que me impidió empezar a hablar con ella. Qué importa ya.
Quedan, como siempre, sus libros. Los que están ahí, en mis estanterías. Las charlas de Enriqueta con Ayala. Las historias de aquellas mujeres que habían nacido en la represión y que buscaron, posteriormente, la libertad, los aires renovados de un país que comenzaba a descubrir las ventajas de la democracia. Quedan también sus historias cortas ("Cuentos con Rita") y sus trabajos periodísticos. Y esa última novela. "Qué escribes, Pamela", publicada por Menoscuarto, que merece la pena ser leída por quien aún no lo haya hecho.
Queda, en fin, la literatura. La buena literatura, que es lo que importa.
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