jueves, 1 de agosto de 2013

Aniversario

Entre julio y el aniversario de la muerte de Marilyn, está el aniversario de boda de mis padres, que es, precisamente, hoy: uno de agosto. Cuarenta y tres años de matrimonio. Vértigo da pensar en ello: en la cifra, en la velocidad con la que pasa el tiempo. Las imágenes del día de su boda están muy presentes en mi cabeza porque de vez en cuando echamos un vistazo a las fotos en blanco y negro de ese álbum que mi madre conserva en uno de los altillos del armario de su habitación. Casi todas las bodas son parecidas. La ilusión, el nerviosismo, la incógnita de lo que vendrá después... Todos esos años. Cuarenta y tres, ya digo, en el caso de mis padres. No solemos ponernos tristes ni melancólicos cuando revisamos esas fotos. Todo lo contrario. Es una sensación rara pero placentera, reconfortante. Están ahí, los dos, mis padres, en el álbum, en esas fotografías en blanco y negro, y están aquí, a nuestro lado. No es poca cosa. Si exceptuamos la enfermedad de mi madre, podríamos decir que su vida en común no ha estado mal. Todo lo contrario. Si contamos con ella, con la dichosa enfermedad, no deberíamos quejarnos del todo. Porque, pese a ella, a la enfermedad, mi madre está ahí. Aquí estará dentro de un rato, alrededor del mediodía. Vienen a comer con nosotros. Ése es nuestro regalo: prepararles la comida. Mi madre, que es una estupenda cocinera aunque detesta cocinar (cosa extraña, lo sé), no conoce mejor regalo. No le importa que sea un plato sencillo o sofisticado: eso le da igual. Lo que cuenta es que no lo tiene que preparar. Según van pasando los años, más va detestando el tema de la cocina, qué cosas.
Llegarán alrededor del mediodía y la casa se irá llenando de risas, voces, palabras... Las quejas de mi padre porque nunca quiere celebrar nada (¿son todos los padres de su generación iguales?) y la alegría de mi madre. Aquí (mi padre lo sabe) no hay escapatoria: hay que celebrarlo todo: somos mayoría. Dejar los problemas a un lado. Y descorchar el vino. El de la juventud, que diría el gran John Fante (¡qué prodigio de relatos los que acaba de publicar Anagrama -donde también está publicada el resto de su obra: nadie debería perdérsela con ninguna excusa- bajo ese título precisamente,"El vino de la juventud"!), que cada vez, por tantas razones, va siendo más escaso. Pero hoy no importa nada de eso. Sólo las risas, las voces, las palabras con las que, dentro de un rato, alrededor del mediodía, ser irá llenando esta casa. Las que algún día, tal vez hojeando el álbum de fotografías que mi madre conserva en el altillo del armario de la habitación que comparte con mi padre desde hace cuarenta y tres años, recordaremos.          

2 comentarios:

  1. Dos cosas, primero felicitarles, mis padres llevan 44 años y creo que el balance tampoco ha sido malo; estos matrimonios son el ejemplo de que la convivencia y las dificultades se pueden hacer llevaderas si ambos ponen de su parte con mucho diálogo o con mucho silencio, con mucha comprensión y con mucha paciencia. Que querer es poder y que lo fácil es tirar la toalla a la primera de cambio.
    y otra más, nosotros hemos llegado al acuerdo expreso de que hay que celebrarlo todo, si o si.
    Un beso

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