Ayer, desde su blog, Maruja Torres nos recordaba aquella sección -Hogueras de agosto- que escribía en la última de El País durante este mes. Eran textos irónicos, mordaces, salvajes, demoledores o entrañables, según el caso. Casi siempre su manera de ver las cosas, de sacarle punta a todo, de afilar los colmillos y el lápiz, te llevaba a la risa. A la carcajada, incluso. Es uno de los talentos de Maruja: esa capacidad de observar el mundo y de reírse. De darle la vuelta a todo y provocarnos la risa, la carcajada. Siempre con inteligencia y estilo. Supo hacer suyas aquellas célebres palabras de Mae West: cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor... Y Maruja sabe ser buena (y tierna) cuando toca y mala con los que corresponde, que no son pocos.
Recordé, de pronto, aquellos veranos: en la playa, tumbado sobre la arena o sentado en una terraza sintiendo la brisa del mar y el sol sobre la piel, leyendo a Maruja (era lo primero que hacía nada más adquirir el periódico), divirtiéndome con ella, dándole la razón. Siempre la había admirado, pero aquellos textos me hacían admirarla aún más (creo que es uno de sus mejores trabajos, seleccionando entre los muchos y buenos que nos regaló, que aún sigue haciéndolo desde esas entradas breves y certeras que escribe en su blog) por eso precisamente, por arrancarme la risa. Ah, la risa, ¿qué sería de nosotros sin ella? Aún más en estos tiempos que corren... Hay que imponérselo, como sea, a la hora que sea, con cien euros en la cartera o con uno solo, como si fuera algo tan necesario como el aire que respiramos, el agua que bebemos o los alimentos que ingerimos. La risa me ha salvado de tantos tramos oscuros de la vida que no sería justo dejar de recordarlo. Hoy y siempre. Quizá hoy más que nunca. La risa me salva en estos momentos tan difíciles también, justo es reconocerlo. Como a tantas y tantas personas... Unas risas y todo se ve de un modo diferente, aunque los problemas sigan ahí, que siguen, los muy cabrones. Maruja, desde su blog o sus redes sociales, me sigue haciendo reír. Mi hermana, tan salvaje en ocasiones (la vida y sus circunstancias es lo que tienen, que te vuelven cada vez más salvaje con el sentido del humor), también. Íñigo me hace reír cada día. De todas sus virtudes, que no son pocas, ésa es una de las que más me gustan. La capacidad que tiene de hacerme reír. Fue así desde el principio, desde que nos conocimos. La risa siempre estuvo presente, y ahora, con más motivo. Sin ella, estaríamos perdidos. No me cabe la menor duda.
Han pasado muchos años desde aquella mítica sección -Hogueras de agosto- que ayer Maruja recordaba. Muchos años y muchas cosas. Cosas nuevas y cosas que se repiten. Pero seguimos aquí, y seguimos riéndonos. A pesar de las decepciones, los desengaños, las enfermedades, los políticos, la crisis, el euro en la cartera y demás zarandajas. Y será así, no lo dudo, hasta el último aliento, que espero que vaya acompañado de una sonora carcajada.
Recordé, de pronto, aquellos veranos: en la playa, tumbado sobre la arena o sentado en una terraza sintiendo la brisa del mar y el sol sobre la piel, leyendo a Maruja (era lo primero que hacía nada más adquirir el periódico), divirtiéndome con ella, dándole la razón. Siempre la había admirado, pero aquellos textos me hacían admirarla aún más (creo que es uno de sus mejores trabajos, seleccionando entre los muchos y buenos que nos regaló, que aún sigue haciéndolo desde esas entradas breves y certeras que escribe en su blog) por eso precisamente, por arrancarme la risa. Ah, la risa, ¿qué sería de nosotros sin ella? Aún más en estos tiempos que corren... Hay que imponérselo, como sea, a la hora que sea, con cien euros en la cartera o con uno solo, como si fuera algo tan necesario como el aire que respiramos, el agua que bebemos o los alimentos que ingerimos. La risa me ha salvado de tantos tramos oscuros de la vida que no sería justo dejar de recordarlo. Hoy y siempre. Quizá hoy más que nunca. La risa me salva en estos momentos tan difíciles también, justo es reconocerlo. Como a tantas y tantas personas... Unas risas y todo se ve de un modo diferente, aunque los problemas sigan ahí, que siguen, los muy cabrones. Maruja, desde su blog o sus redes sociales, me sigue haciendo reír. Mi hermana, tan salvaje en ocasiones (la vida y sus circunstancias es lo que tienen, que te vuelven cada vez más salvaje con el sentido del humor), también. Íñigo me hace reír cada día. De todas sus virtudes, que no son pocas, ésa es una de las que más me gustan. La capacidad que tiene de hacerme reír. Fue así desde el principio, desde que nos conocimos. La risa siempre estuvo presente, y ahora, con más motivo. Sin ella, estaríamos perdidos. No me cabe la menor duda.
Han pasado muchos años desde aquella mítica sección -Hogueras de agosto- que ayer Maruja recordaba. Muchos años y muchas cosas. Cosas nuevas y cosas que se repiten. Pero seguimos aquí, y seguimos riéndonos. A pesar de las decepciones, los desengaños, las enfermedades, los políticos, la crisis, el euro en la cartera y demás zarandajas. Y será así, no lo dudo, hasta el último aliento, que espero que vaya acompañado de una sonora carcajada.
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