El perro -grande, marrón, muy inquieto- daba vueltas alrededor de la mesa de la terraza donde estaba sentado su dueño, justo enfrente de la mía. Aún no eran las once de la mañana. El sol iba y venía. Estaba esperando a mi hermana, tomando un café y leyendo el libro que acababa de sacar de la biblioteca, "El guardián invisible", de Dolores Redondo. Llevaba meses esperando por él, de hecho lo tenía reservado en la biblioteca del Fontán, pero, casualidades de la vida, tuve que ir a buscar otro libro a la biblioteca del Naranco y allí me encontré con la novela de Dolores, en la mesa de las recomendaciones de los usuarios de la propia biblioteca. Sentado en aquella terraza, no podía abandonar la apasionante lectura que tenía entre manos, sin embargo, de cuando en cuando, me resultaba imposible no apartar la vista de aquel hombre, de unos sesenta y pico o setenta años, y de su enorme perro de color marrón, que dejó de dar vueltas alrededor del dueño cuando el camarero les trajo una botella de agua helada y un cuenco plateado para que el perro pudiese beber cómodamente, algo que hizo nada más que el hombre apoyó en el suelo aquel cacharro con el agua helada.
-Es un perro muy bueno, muy cariñoso... -dijo el hombre dirigiéndose hacia mí.-Sí, eso parece -le repliqué.
Y hundí de nuevo los ojos en el libro. En la apasionante historia de esa inspectora, Amaia Salazar, que tiene que investigar el caso de unas niñas que aparecen asesinadas en extrañas circunstancias. Una magnífica novela, donde, junto a los tramos de la investigación, vamos descubriendo las debilidades, los miedos, los fantasmas y los anhelos de la propia inspectora y de su familia: todo perfectamente hilado. Una voz, la de Dolores Redondo, que dará mucho que hablar. Estoy seguro.
De repente, escuché de nuevo la voz cavernosa de aquel hombre -la voz de un hombre que había fumado mucho en su vida, sin duda: que, tal vez, siguiese haciéndolo- dirigiéndose hacia mí.
-Lo tengo desde que me quedé viudo, ¿sabe?Sonreí. Eso está bien, le dije.
-Mi mujer se murió de cáncer, hace dos años, algo espantoso, terrible... -confesó. Y desde entonces es mi única compañía. No tuvimos hijos y ya no tengo familia ni amigos: todos están muertos... Así que él -dijo, señalando al perro- es mi única familia, lo único que tengo... Freddy... Paseamos mucho, sobre todo por las mañanas... Él me cuida a mí y yo le cuido a él... Freddy... Espero morirme antes que él. No podría soportar más pérdidas...
Y el perro, al escuchar de nuevo su nombre, se puso a dar saltos y ladridos a su alrededor.
Qué casualidad, pensé. El perro se llamaba como uno de los protagonistas de la novela que estaba leyendo. Curiosas coincidencias. No es que se tratase de un nombre excesivamente original, pero la coincidencia me sorprendió.
El hombre se levantó. Me deseó un buen día y se marchó con el perro revoloteando a su alrededor, apurando el agua que quedaba en el fondo de la botella. Cuando descubrí a mi hermana, a lo lejos, observé que se detenía unos instantes para acariciar al perro, algo que nunca puede evitar hacer.
-Se llama Freddy -me dijo cuando llegó a la mesa donde la esperaba- ¿No es precioso? Algún día tendré uno parecido...
-Lo sé -le contesté.-¡Bah!, aunque yo nunca llamaría a un perro así... Freddy, ¡qué absurdo! ¿Qué libro estás leyendo?
Yo tampoco le pondría nunca a un perro el nombre de Freddy, pero fijaros la mía se llama Lola (aunque el nombre venía con ella. Conozco Pepes, Pepas, Lucas, Lolas, Nanos de Fernando, Saras, Catas de Catalina, Telvas... y si sigo pensando encontraría más nombres. De hecho los la raza de la mía, teckel para más señas, casi todos tienen nombre de persona. Será porque efectivamente desarrollan una importante labor como guardianes de la salud física y mental, sobre todo, mental de sus dueños o, mejor, de sus compañeros de camino o será por algún mal que tiene esta sociedad que se empeña en nombrar como iguales a sus mascotas, igual teníamos que mirárnoslo.
ResponderEliminarDe todas maneras lo de la mi Lola ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, y creo que es un bálsamo tremendo para los que como yo estamos solos por decisión, por accidente o por desgracia. Besos para todos.