Hay mucha gente con talento por el mundo. Con talento y sin demasiadas oportunidades. Es un tema que me interesa, que he tratado en varios cuentos. Mujeres, sobre todo. Mujeres con inclinaciones artísticas. Con ganas de decir cosas, de expresarlas. Mujeres que tienen que dedicarse a otras profesiones porque nadie les ha dado una oportunidad. La oportunidad definitiva, por así decir. Es casi un tema clásico. He conocido a algunas de esas mujeres. Me gusta escucharlas. Compartir con ellas la rabia o la esperanza para que esa dichosa oportunidad llegue, si es que piensa hacerlo. La impotencia, en algunos casos. Las fuerzas para seguir luchando, para no tirar la toalla. Conozco bien esas sensaciones. A veces la batalla resulta cansina. Puertas que se cierran (o ni siquiera se abren), editoriales que rechazan tus textos, directores de cásting que dicen no una y otra vez. Otras, en cambio, gracias a un destello de luz que aparece milagrosamente por no sé qué esquina, las cosas se ven de diferente manera y se vuelve a la carga con renovadas ilusiones. La esencia misma de la propia vida: tan peculiar, tan dura, tan reconfortante, según la ocasión. La otra noche, conocí a una de esas mujeres. Una mujer que canta (bien, según nos demostró) y que actúa. Que tiene que trabajar de camarera para mantenerse. De camarera o de lo que vaya surgiendo, que no están los tiempos para demasiadas líricas. Una mujer encantadora. Recordé, mientras escuchaba su historia, aquel restaurante de Nueva York, cerca de los teatros, en el que las personas que te servían la cena (chicos y chicas) cantaban (y bailaban) las canciones de los musicales más famosos de la historia. Algunos de los que se estaban representando a pocos metros, en alguno de los teatros. Albóndigas servidas al ritmo de alguno de los emblemáticos temas de "Hair". O ensaladas que llegaban a las mesas recordando algún tema de "Gipsy". Por poner sólo un par de ejemplos. ¿Cuántos de esos jóvenes llegarán a pisar algún día las tablas de esos teatros por los que pasan cada día, de camino al trabajo, mirando, ilusionados, las luces, los carteles, el reflejo de la fama? Nunca lo sabremos. La chica que conocí la otra noche, me recordó a todos ellos. La esperanza que no se pierde. Las ganas de seguir adelante como sea, de demostrar al mundo tu valía, tu talento, tus esfuerzos. Lo que más te gusta hacer, para lo que llevas años preparándote a conciencia. Nadie dijo que las cosas resultaran sencillas. Nadie dijo que quizá eso fuera el sentido por el que pasamos por aquí. Nadie lo dijo, no. Eso es algo que vas descubriendo poco a poco. Entre risas y decepciones. Entre momentos de euforia y momentos en los que no te apetece ni levantarte de la cama. La vida misma, ya digo. Que, pese a todo, sigue mereciendo la pena.
Un sábado cualquiera, como este, en el que despegar cuesta un triunfo, porque quieres abandonar, darte por vencida, y entregar el equipo de la vida donde corresponda... Entonces, enciendes el ordenador, encuentras un precioso escrito de Ovidio, y te das cuenta que la vida, gracias a todas estas pequeñas cosas, merece la pena.
ResponderEliminarPrecioso texto y real como la vida misma, en eso consiste vivir, en disfrutar delos buenos momentos y luchar y tomar como un reto los problemas y las dificultades, pues con ellos crecemos.
ResponderEliminarPor todas esa mujeres, chin, chin.
ResponderEliminarEstupendo post. Gracias por compartirlo
ResponderEliminarUn saludo
Por tantas y tantas mujeres, valiosas, valientes, esforzadas, silenciadas...por todas ellas que son el timón, la fuerza y la esperanza.
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