La nieve va dejando rastros oscuros cuando la gente, según va avanzando la mañana, marca sus huellas sobre ella. Es el lado más desagradable de la nieve, el más peligroso. La nieve sucia, medio deshecha, nieve que ya no es nieve. La otra cara de ese momento, a primera hora del día, en el que levanto la persiana y veo todo el paisaje nevado. El suelo, los tejados de los edificios de enfrente, las ventanas, los tendales... Aún no ha amanecido del todo. La estampa remite a otras similares. Sobre todo, a las de nuestra infancia, cuando solía nevar casi todos los años. La alegría por no ir al colegio y poder quedarnos en casa leyendo todo el día. De esos años, los de la infancia, son de los que habla Carme Riera en su nuevo libro, "Tiempo de inocencia". Los primeros olores, las primeras sensaciones, los primeros traumas. El miedo a los espejos. El amor por los abuelos. El destino que aguarda. Capítulos en los que están descritos pequeños retazos de vida. La que se fue quedando atrás. La que conforma nuestro presente, el de la escritora y el nuestro, cada cual en su ámbito, en su ciudad, con sus particularidades, tan similares en algunos casos. Hasta llegar aquí, al día de hoy, a este día de invierno, de frío y nieves. De nieve que lo cubre todo y que convierte la ciudad en un hermoso paisaje. Y de su reverso, horas más tarde, esa nieve que ya no es nieve ni es nada. El rastro de la nieve. Como la vida no es más que eso, vida. Y luego, sólo un recuerdo. El recuerdo que vamos dejando en los que nos sobrevivan. Sólo eso. Nada más que eso, que no es poco, desde luego. Abro la ventana y ese frío intenso me remite a otras ventanas, las que abría en la casa de mis abuelos o en la casa de mis padres. Ventanas cuyos cristales iban reflejando todas las épocas de mi vidas. Todas, hasta la de hoy. La imagen de un hombre de cuarenta y un años que aspira el olor del frío, que contempla la nieve aún por deshacer como el que contempla un atardecer de verano o el cuerpo de quien amamos mientras duerme. La nieve tarda mucho más tiempo en deshacerse en el campo. Recuerdo el año que pasé en Sariego: la nieve, al no ser pisoteada como en la ciudad, podía durar días cubriendo los árboles, los prados, los caminos, hasta que la lluvia la deshacía al fin. Recuerdo también la perplejidad de algunos animales al descubrir los primeros copos. La misma perplejidad que sentíamos al verla cuando éramos niños y la terraza de nuestra casa se iba cubriendo cada vez más y más. Y la algarabía posterior cuando podíamos salir, tan abrigados que sólo se nos podían ver los ojos, a hacer un muñeco, con una nariz de zanahoria y algún viejo gorro de lana que encontrábamos por los armarios. Fotografías que no se borran de la memoria, que permanecen. Como esta de hoy, una vez más. La de este invierno que se resiste a abandonarnos. Y en el que, pese a todo, vamos atisbando cierta serenidad.
Desde que te leo, desde que soy seguidora de tu blog y me llegan retales de tu vida, contados de esa forma tan sencilla a la par que maravillosa, siempre que veo la informaciçon del tiempo en el telediario, No sólo me centro en Málaga y Andalucia, sino que también lo hago, de forma inconsciente, en Asturias y Oviedo. Cuando me descubro a mi misma me sonrio.
ResponderEliminarSaber que tiempo te encontrarás al mirar por la ventana me hace de alguna forma entender mejor tu mundo y tus sensaciones. Un saludo.
¡Ah, por cierto!, ya he leido tu libro. Ya te comentaré.
Pensar que hay alguién que se fija en el tiempo que hay en nuestra tierrina por el simple y complejo hecho de leer tu blog, me hace esbozar una sonrisa. Tienes por aquí una madrileña (de origen catalán o una catalana que conociste en Madrid, no sé muy bien) Mayte, una malagueña y yo misma, las fieles, las de todos los días, o casi todos. Si unimos Málaga, con Barcelona y Oviedo, formamos un triángulo que casi abarca toda la diversidad de este nuestro país. Nunca lo había pensado, pero así casi llegas a todos los rincones... y más allá, al otro lado del mundo también lo haces...
ResponderEliminarBuf, la nieve, la infancia, los recuerdos
Tus palabras me llevan a los días de la infancia en los que la nieve y los carámbanos de hielo,nos daban días distintos a la rutina habitual...entonces sí que nevaba de verdad. GRACIAS por compartir palabras y sentimientos.
ResponderEliminarLa nieve recoge la huella del tiempo, y cada invierno, espera de nuevo nuestra llegada. Solemne descripción directa a la sensibilidad y al sentimiento.
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