María Asquerino era una de esas actrices que parecía que nunca se iba a morir. Representaba una fuerza, una lucidez y una ironía únicas. Tenía una belleza extraña y unos de esos ojos que no necesitan de las palabras para expresar lo que pensaba, lo que sentía en cada momento. Hizo lo que le dio la gana en todo momento y lo hizo, como señalan las crónicas y los artículos de quienes la conocieron, porque esa naturalidad era innata en ella, nada forzada. Como si no entendiese muy bien las imposiciones de los demás o de la propia vida, tan perra y tan mandona en ocasiones. Como si no los entendiese y no los aceptase, claro. Umbral escribió los retratos más hermosos que le dedicaron. La definía siempre con su ropa negra, su cigarrillo en la mano, su vaso de whisky cerca, su pasión por la noche, las palabras y la amistad. Nunca se olvidaba de sus ojos. ¿Quién podía hacerlo? Eran otros tiempos. Cuando los actores y los escritores se reunían para hablar hasta el amanecer. Tenía, sí, algo de Ava Gardner: en esa postura libre, en su amor por la noche y por los hombres. Aunque María tenía otro bagaje cultural detrás. "La existencialista", la llamó en más de una ocasión el propio Umbral. En Boccacio tenía su propia mesa. Y en el teatro, su gran nombre. La vi en más de una ocasión. Su presencia era arrolladora y su voz, única. Por edad (se estrenó dos años después de que yo naciese), no llegué a tiempo de verla en "Anillos para una dama", de Antonio Gala, la cumbre teatral de su carrera. Pero las imágenes que se conservan de las representaciones muestran a una mujer rotunda y un poderío absoluto. Una de esas presencias que sabes que llevan consigo una actriz de las grandes. Cuenta Gala que el día del ensayo general estuvo fatal y así se lo dijo a ella. El director de la obra reprendió al escritor y éste fue a pedirle perdón a la actriz y le dijo "como mañana estés así no vas a ser María Asquerino, como se conoce tu buen nombre, sino María Asquerino La Cabrona". María le dio un beso enorme al autor de su obra y, al día siguiente, en el estreno, estuvo magistral. Jugosas anécdotas de actrices y autores para mitómanos. La obra se mantuvo dos años en cartel.
En cine, no se puede olvidar la modernidad -la suya y la de la película- de "Surcos". Y le bastaron cinco minutos, muchos años más tarde, en "El mar y el tiempo", de Fernando Fernán Gómez para demostrar lo que era una grandísima actriz y llevarse el Goya a su casa.
Cabe imaginar los posos de amargura que sufrió cuando su nombre no encontraba trabajos que estuviesen a su altura. O no encontraba trabajos, directamente. Se retiró en 2008, después de hacer un secundario en "Tío Vania", en el María Guerrero, y de alguna que otra polémica. Se quedó con las ganas de llevar a las tablas su propia vida. Ella y nosotros. Ayer, mientras le hacían la autopsia, nadie reclamó su cadáver. Un hecho que hacía recordar esas palabras, tan horribles y manidas, de que la libertad siempre tiene un precio. El de la soledad, parece ser.
"Dejadme sola, lo que tengo que hacer ahora lo puedo hacer sola", decía su personaje en "Anillos para una dama", antes de desaparecer del escenario. Te dejamos sola, María, pero te recordamos, sí, en esta mañana helada de un invierno que parece no agotarse y en la que apetece tomarse un whisky doble -la vida, tan perra, tan mandona- en tu memoria.
Al menos vivió en consecuencia con lo que pensaba. Cuando aparecía en escena, a mí me causaba un enorme respeto (como la López y la Espert), la primera vez que la vi (no recuerdo en estos momentos la obra) fue en el María Guerrero y desde entonces, nunca dejé de hacerlo, siempre que las posibilidades lo permitían. Gracias por este regalo.
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