Llevo varios días soñando con personas que estuvieron en mi vida en el pasado. Esas cosas pasan. No sé muy bien qué mecanismos se activan en el interior de nuestro cerebro para que eso ocurra. Otro misterio sobre la complejidad del ser humano. Y ya son unos cuantos... Son sueños donde ocurren cosas que nunca viví de la misma manera con esas personas. Cosas normales y corrientes, cotidianas. Nada fuera de lo normal. Cuando me despierto, me embarga cierto desasosiego, cierta desazón. Intento pensar en otra cosa, en cualquier cosa, mientras hago las primeras tareas del día, pero el sueño sigue ahí, muy nítido, como una película que acabase de visionar o un libro que terminase de leer. Quizá la lectura del último libro de Cristina Fernández Cubas, "La puerta entreabierta", tenga algo que ver en todo esto. No voy a desvelar nada, pero es una historia inquietante, como la mayoría de las suyas. Extraña y, por momentos, angustiosa, desasosegante. Una joven periodista se queda, de repente, atrapada en un lugar impensable, de lo más inverosímil. ¿Cómo saldrá de ahí? Aún no he llegado a ese tramo del libro. Quizá no lo consiga, quién sabe aún. Varios personajes la custodian, a cada cual más excéntrico: cada uno con su particular historia. Es una historia fascinante, en todo caso. A veces, leyéndola, me vienen a la cabeza ciertos mundos de Ana María Matute: esa misma fantasía, esa misma manera de bajar al bosque y perderse y dejarse llevar. Muy particular, en todo caso, como lo son las narraciones de Cristina. Autora, por otro lado, de uno de los libros que más me gustan de la narrativa española, "Cosas que ya no existen", una especie de memorias alejadas, en esta ocasión, de cualquier reminiscencia fantástica o claustrofóbica. Un pequeño clásico que no ha sido tan leído (me temo) como debería. Isa, la protagonista de esta novela que estoy leyendo estos días, también sueña, pero ahora, cuando se despierta, desde el lugar en el que se encuentra atrapada, no recuerda sus sueños. Antes del encierro, sí. Cada mañana, al despertarse, recordaba con toda claridad los mundos por los que había transitado en el sueño. Le costaba incluso deshacerse del sueño que había tenido durante la noche. Como me ocurre a mí estos días. Ah, los misterios de esas puertas que se abren -¿quién las abre?, ¿por qué?-, que se quedan entreabiertas, que permiten que se cuelen esos rostros y esos cuerpos que ya pertenecen al pasado, las charlas que mantuvimos ahora revisitadas, las risas o las penas (nuevas risas y nuevas penas) que compartimos como si hubiesen sucedido ayer mismo... Más misterios. Los que se cuelan por esas puertas entreabiertas, como un viento susurrante y amenazador, y que sabemos que no se desvelarán ni a lo largo de la mañana ni del resto del día. Sólo queda confiar que, al llegar la noche, el sueño no se vuelva a repetir, que ese viento susurrante y amenazador haya desaparecido y ya no pueda colarse por esa puerta entreabierta. Por ninguna, en realidad. Que lo haga sólo en la novela de Cristina, tan extraña y fascinante.
El mundo de los sueños tan complejo y a su vez tan revelador, dice de nosotros aquello que no podemos ver. Precioso, como siempre.
ResponderEliminarEnhorabuena por tus reflexiones y pensamiento que tanto ayudan y reconfortan,
ResponderEliminarLos padres siempre al lado de los hijos sobre todo en los momentos má difíciles.
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