La mujer sujeta con los labios el cigarrillo y con una de las manos la copa. Lo hace de un modo que me recuerda de inmediato a Gena Rowlands en "Opening night". Es un instante, sólo eso. Un instante que se repetirá a lo largo de la noche. La mujer no es rubia, ni está tan borracha como Gena en aquella memorable película, aunque también es una mujer muy bella. La calle está repleta de gente. Fumando, bebiendo, hablando, riendo, abrazándose. Ya se ha hecho por completo de noche. Faltan pocas horas para que las casas se llenen de regalos con la disculpa de los Reyes Magos, un año más. Pero aún es temprano. Toda esa gente aún quiere divertirse antes de marchar para la cama, dar los últimos brindis de estas fiestas. Los reencuentros, las viejas amistades (algunas, seguramente, más falsas que el mismísimo Judas), los familiares que no se ven durante el resto del año: todo eso. A estas alturas de la Navidad, todo resulta ya un poco agotador: demasiado de todo en apenas quince días. La mujer que fuma y que sujeta la copa como Gena Rowlands celebra su cumpleaños. Treinta y seis, cinco menos que yo. Tiene los ojos claros de su abuela paterna (y también alguno de esos rasgos que aparecen en la única fotografía que se conserva de su juventud, la de la abuela paterna que se murió a los 33 años), el pelo negro y largo, y las uñas -hoy- de un rosa tan intenso que casi parece rojo, que es el color que mejor le sienta. Los años van pasando y la mujer, aunque se ríe menos que antes, se sigue riendo. Se ríe de todo. A veces, se ríe por no llorar, que es la manera más inteligente de reírse que conozco. Entre la risa y el llanto, hay que quedarse siempre con la risa. Siempre. Aunque sea una risa que termine por congelarse en los labios como las sonrisas de Giulietta Masina y Shirley McLaine en sus mejores interpretaciones, que, en sus casos, los de Giulietta y Shirley, son prácticamente todas. Como las sonrisas de los payasos tristes. Hace mucho frío, mucho, pero no importa. A su piel, la piel de la mujer que fuma y sujeta la copa como Gena Rowlands, le sienta bien el frío. Ese pequeño viento que se ha levantado y que le mueve los cabellos. En realidad, le sientan bien todas las estaciones. Es lo que tiene ser bella e inteligente. Pero, para ella, el invierno, como para mí, es una de sus estaciones preferidas. Y ahí estamos, en la calle, en las calles, como tantas otras veces. Sobre todo, en el pasado. Ninguno de sus cumpleaños, pese al cansancio acumulado de las Navidades, quedó por celebrar. Ninguno, pese a todo. Este año, tampoco. Faltaría más. De morir, caso de hacerlo, mejor con las botas puestas, ¿no? Eso dicen. No son buenos tiempos. Por eso está bien salir a la calle, ahuyentar fantasmas, olvidar ciertas cosas, mirar hacia adelante. Palabrería, sí, pero palabrería que no debería olvidarse. Y así lo hacemos. "¡Ojalá desaparecieran todas las metas de la vida!", escribe Soledad Puértolas en su última novela, "Mi amor en vano". Ojalá. "¡Qué esfuerzo por buscar, por dar sentido, por llegar a un sitio, por alcanzar algo!", prosigue. Pues sí, francamente. ¡Qué difícil se vuelven a veces las cosas aparentemente más sencillas! Es lo que hay, ya lo sabemos. Hay ocasiones en que los caminos están trazados y no te permiten salirte de ellos. Y todo lo demás, por accesible que parezca, se transforma en algo casi inalcanzable. Así es esta jodida vida. No hablamos mucho de ello, no es el día. Levantamos la copa y brindamos por lo que tenga que venir, sea lo que sea. Y la mujer repite el gesto: sujeta el cigarrillo con los labios y con una de las manos la copa de ginebra. Si quisiera, la mujer podría ser actriz. No sé interpretar, asegura. Pero yo no estoy tan convencido. Quien tiene esa mirada clara, la de su abuela materna, que ahora se está convirtiendo poco a poco en la mirada dura de las mujeres que tienen a sus espaldas cierto conocimiento de la vida, quien sujeta en una mano la copa y en los labios el cigarrillo como Gena Rowlands, puede hacer lo que se proponga. El mundo está a sus pies. Aunque ni ella misma, hoy por hoy, lo sepa.
Guapa e inteligente...y celebrando su cumpleaños...Creo que ya sé quién es...Hay paradojas en este texto que lo dota de una veracidad incontestable; celebrar al tiempo que la dureza del momento se apodera de todo.Esa risa que es llanto,ese amigo que ya no lo es más,lo difícil que resultan las cosas sencillas...Contradicciones y claridad meridiana entre lo que se quiere,se anhela, y lo que se impone como realidad inamovible(en apariencia).Hay mucho que celebrar, aunque ya no sea con tanto entusiasmo. Adelante y hacia arriba. El pasado poco importa...
ResponderEliminar¡Felicidades!
ResponderEliminarLo que importa está por venir... y, a veces, de los caminos hay que salirse para, dando un rodeo, llegar a las metas.
Un besito para tu hermana y para toda la familia.
Bea
Lindo y también bello, y también como sos vos...
ResponderEliminarRebesos,
Intenso y nostálgico.Me gusta.
ResponderEliminarSí yo fuese tu hermana estaría como se dice en Andalucia "más ancha que larga"
ResponderEliminarUn relato donde la ternura es pura descripción.
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