Voy caminando por la calle. Hace frío, pero no importa: el frío siempre ayuda a despejar la cabeza y ahuyentar los problemas y las noticias de los periódicos que acabo de leer. Entre los casi seis millones de parados ("selecto" grupo al que seguimos perteneciendo) y la manera de firmar del yerno del Rey (¡qué falta de elegancia!), no sé si me dan más ganas de exiliarme o de vomitar directamente. Los operarios de limpieza de un centro comercial están dándole con brío a los escaparates, arriba y abajo. Maribel Verdú, que es la imagen de estas últimas rebajas del famoso centro, está llena de espuma en la reproducción de su figura que han colgado en los cristales. Cómo me alegran los premios que recibe esta chica, pienso. Y cómo ha aprendido desde aquel episodio de la serie "La huella del crimen", donde el gran Fernando Guillén hacía de su padre, Victoria Abril de su hermana, y donde yo la descubrí una de aquellas noches de viernes en las que emitían la serie. Además, cada día está más guapa. Es de las pocas que puede presumir de lo bien que le sienta el flequillo. Voy al dentista, que no lo he dicho. A diferencia de la mayoría de la gente, no me supone ningún trauma ir al dentista. El motivo es que, aparte de ser mi dentista, es mi amiga. Toña. La primera vez que entré en su consulta aún era la doctora Meneses. Tendría unos siete u ocho años y allí estaba yo, muerto de miedo, medio llorando porque la doctora no dejaba que las madres entraran con sus hijos en la consulta (normal), con el susto de la operación de anginas (donde me ataron a una enfermera, literalmente, para que no me moviese mientras el médico operaba) que me habían hecho poco tiempo atrás aún en el cuerpo. Sí, en principio, Toña es una dentista para niños, pero todos los que empezamos entonces con ella hemos crecido (que siempre queda mejor que decir envejecido) y ahí seguimos. La que no ha envejecido es ella, os lo juro. Le pasa como a la Verdú, Toña mejora con los años. No es broma. Sigue conservando su estilo, su clase, su melena roja, su manera inquieta de moverse, pero los años le han dado una ironía (esa fina y necesaria ironía que, en las distancias cortas, también descubrí en Elvira Lindo) y unas ganas de reírse de todo que le otorgan aún más atractivo. He ahí un buen sintoma de sabiduría: las ganas de reírse. Y más aún en estos tiempos. Han pasado muchos años desde aquella primera vez que entré en su consulta, muchos, aunque parezca que fue ayer mismo. Muchas cosas en su vida y en la mía. Buenas y malas, como siempre hay para todos, que aquí no se salva nadie. Nos contamos cosas de nuestras vidas, las cosas que estoy escribiendo, los proyectos que pululan por mi cabeza. Siempre fue una ferviente lectora de todo aquello que escribía: donde fuese, en cualquier revista o periódico, que uno ha escrito en miles de sitios, donde le han dejado y le han pagado algo, nunca como a Amy Martin, por desgracia. Y nunca se pierde las presentaciones de mis libros. Hemos coincidido en bodas y locales de moda, y solemos quedar algunos viernes para cenar y ponernos al día de nuestras cosas. Es, aparte de todo lo dicho, una estupenda cocinera y anfitriona. Pero no la quiero recordar ahora con el delantal, sino con un vestido rojo, sin mangas, ajustado, muy elegante. Era verano, no sé dónde estábamos (quizá en la boda de algún amigo común o en la inauguración de un local cuando en esta ciudad aún se inauguraban con regularidad locales), y ella estaba espectacular: movía ligeramente de cuando en cuando la melena hacia atrás y le daba pequeños sorbos a su copa de vino. Yo seguía sus movimientos como la cámara sigue el movimiento de las actrices. A veces, nuestras miradas coincidían y en ellas, cualquiera que se hubiera fijado, hubiese distinguido aquellos chispazos de complicidad. Esa complicidad silenciosa que sostiene a las amistades que están ahí, que no se pierden entre los vaivenes del tiempo.
Pues tienes toda la razón, Ovidio, los amigos son ese templo donde uno acude de cuando en cuando, a reflexionar sobre la vida, sobre las emociones, sobre lo mal que nos estamos viendo, y sobre lo que vendrá. Esa incógnita que nunca sabes muy bien.
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