A veces, cuando las cosas no van muy bien, es bueno detenerse, sentarse en tu butaca preferida y no hacer nada. Ni siquiera leer o escribir. Ni siquiera pensar o sintonizar la radio. Ni cocinar o coger el teléfono. Cerrar los ojos y escuchar la lluvia caer al otro lado de la ventana. Sólo eso, escuchar la lluvia. Esa lluvia que golpea el suelo y los cristales, que transforma el ambiente con su humedad y su melancolía, que no cesa. Las palabras de los demás no sirven, en esos días, de mucho consuelo. Las cosas cambiarán. Hay que tirar hacia delante. Y todo eso. Sí, tienen razón, pero hay días, ya digo, en que esas palabras no alivian demasiado, en que todo se vuelve demasiado cansino y repetitivo, mil veces visto y escuchado. El mejor viaje, caso de que el hecho de estar sentado en tu butaca preferida termine por cansar, es el que puede hacerse desde la casa hasta el cine, bajo el paraguas azul, con la única compañía que toleras en momentos así, la de esa persona que comparte la vida contigo, los grandes momentos y las miserias, las alegrías y las temibles decepciones. Ese viaje, de casa hasta el cine, es el único que, a día de hoy, puedes permitirte. Y lo haces, te preparas y sales a la calle. Vas caminando por las calles desiertas, bajo el paraguas azul, en silencio. Sientes el roce de quien va a tu lado, el calor de su mano, la fuerza de la compañía y la de ese silencio. Lo único que alivia un poco la situación y la tristeza: la tensión acumulada, lo gris del paisaje, de las perspectivas. La película escogida es "El lado bueno de las cosas". Días atrás, en los mismos cines, proyectaron el tráiler y la cosa prometía. Y efectivamente, la película es estupenda. Corazones rotos. Almas bipolares. Seres perdidos, a la deriva, buscando un refugio, una mano, un proyecto, una explicación, una tabla a la que agarrarse, una motivación. Gentes que van y vienen y que, a pesar de todo, intentan aferrarse a la vida con fuerza, darle la vuelta a las cosas, no dejarse vencer por el lado malo, quedarse con el bueno, mantenerlo, equilibrarlo. Hablan y hablan. Sufren, ríen, lloran, se desesperan... Y vuelta a empezar. Siempre parece, en estos tiempos, que se estuviese empezando de cero. Cada día. Cada segundo. En todo momento. Qué hartazgo. El pulso con la vida que no decaiga. Ah, y el amor, el de la familia y el de la pareja, siempre como efecto balsámico, redentor. Necesario. Bradley Cooper (guapo y con estilo: a partir de ahora, si escoge bien sus guiones, podrá hacer lo que le venga en gana) está soberbio. Y los demás actores, también. Sales a la calle con otro ánimo, aunque el gris del paisaje sigue muy presente y las perspectivas seas idénticas. La decadencia de esta ciudad, de este país, del mundo en general, permance intacta. Pero recuerdas una cosa, sí. La vida, a ratos, se vuelve más fácil con el cine. Sabes que, una vez más, el viaje ha merecido la pena. Envueltos por una inesperada niebla, sabes que eso es lo único que importa.
Tienes mucha razón, Ovidio, a veces, caminar, es una travesía que tenemos que hacer en soledad.
ResponderEliminarTengo tantas pelis que ver siguiendo tus recomendaciones que no sé si tendré tiempo, pero ésta en concreto me apetece mucho y al protagonista yo también le daría un premio: el del más guapo, veremos como interpreta
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