martes, 16 de octubre de 2012

Un par de ardillas

Eran dos, para ser fieles a la realidad, de un color rojizo. Corrían de un lado a otro del parque, se subían a los árboles, se bajaban, mordisqueaban algún hierbajo, se picoteaban entre ellas, movían alegremente la cola. Dos ardillas, en el parque, correteando sobre las hojas caídas y la tierra húmeda, la mañana de mi cumpleaños. Nos detuvimos unos instantes para verlas, para contemplar su juego, sus andanzas. Nos vinieron a la memoria otras ardillas, en otros parques. Las ardillas que correteaban por Central Park, en mañanas sin lluvia. O las de Hyde Park, en el cumpleaños del año pasado, en una tarde soleada y fresca, inolvidable tras el largo paseo. Fue, precisamente, el regreso de la lluvia lo que hizo a las ardillas, las de esta ciudad, desaparecer, buscar un hueco en un árbol, esconderse y comer tranquilamente lo que habían recogido minutos antes. Seguimos nuestro camino. El día había comenzado muy temprano, como siempre. Más aún en un día como ese, el de mi cumpleaños. Cumplir años siempre es una alegría para mí. Siempre es motivo de celebración. He celebrado mis cumpleaños de muchas maneras. Las únicas veces -pocas- que no lo hice fue porque mi estado anínico era tan bajo que me resultaba imposible hacerlo. Afortunadamente, ya he guardado en la memoria ese tiempo desagradable. Hay que celebrar los cumpleaños, como sea: con poco dinero o con más dinero: nos puede faltar el dinero, pero jamás la imaginación, quede claro. Con las personas que están a tu lado, que te apoyan, que te quieren. Gente que te felicita, por aquí y por allá, por el teléfono, por mensajes, por el correo y por las redes sociales. Gente que olvida la importancia que tiene para ti ese día, ay, y ni siquiera coge el teléfono para una llamada de tres minutos. Así es la vida. Tiene que haber de todo. Sorpresas, vinos, risas y velas encima de una tarta, imprescindibles. Cuarenta y un años. No está mal. No ha sido fácil llegar hasta aquí. La vida, hasta aquí, ha pasado como un soplo, como ocurre con todas las vidas. No obstante, el balance, caso de hacerse, no resultaría negativo. Todas las vidas tienen sus luces y sus sombras: es inevitable. Conviene centrarse siempre en las luces. Caminar por los tramos iluminados. Imaginar que lo que va a venir, pese a los problemas que nunca quieren desaparecer del todo, será mejor aún. Cuestión de supervivencia. Una cuestión, sin duda, fundamental. Antes de todo eso, de las risas, las sorpresas, el vino y demás, doy la vuelta y echo un último vistazo a las ardillas. Están, efectivamente, resguardadas de la lluvia en el hueco de un árbol. Mordisquean, ajenas al chaparrón, su pequeño tesoro culinario. Un par de ardillas, en su refugio, la mañana de tu cumpleaños. Los ojos inquietos, como sus propios movimientos. Tengo esa imagen en mi memoria. Dos hombres, bajo un paraguas de colores, contemplando a dos ardillas. Una de las primeras imágenes de ese día, el de mi cuarenta y un cumpleaños. Uno más. Con todo lo que eso significa. Que no es poco, sinceramente.

3 comentarios:

  1. Alegra ver que tienes buen ánimo.Tras el ajetreo de un cumpleaños,cuando se recogen las últimas migas de la mesa, y se acepta el hecho de "ser" de la edad recién cumplida, es bueno ver la actitud que manifiestas pese a todos los problemas y complicaciones. Bajo un paraguas de colores, con la persona elegida para compartirlo todo, no queda de otra que alzar la cabeza-y la mirada- aunque sólo sea para contemplar a una parejita de ardillas guareciéndose de la lluvia.Será un buen año Ovidio para vosotros.Tiene que serlo, ya no queda de otra. Un abrazo.

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  2. Como tú bien dices, cumplir años es siempre motivo de alegría, de celebración, de sorpresa, de abrir paquetes, de hacer viajes, y algún extra... Pero cumplir años también significa estar con la persona que quieres, que te coge de la mano, que te da templanza con la mirada, y te ayuda a mirar para delante con dignidad, mientras soplas las velas de una tarta que esconde siempre un buen deseo.

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