La fotografía, escondida en una carpeta o en un cuaderno, corría de mano en mano, de pupitre en pupitre. Un colegio de curas, a principios de los años ochenta. Aquel paisaje, tan gris, al otro lado de las ventanas. Los primeros cigarrillos furtivos, los primeros descubrimientos, las primeras ansiedades. A veces, se trataba de la fotografía de una modelo o de una actriz porno, completamente desnuda, con grandes pechos, labios carnosos y actitud descarada y desafiante, incluso exagerada o decididamente grosera. Otras, en cambio, se trataba de algo más elegante, más sutil, más fino. Como la fotografía de Sylvia Kristel. La famosa fotografía. Pocas tan míticas como esa fotografía. La de la película que la catapultó como indiscutible mito erótico de los setenta, "Emmanuelle". Ella, Sylvia, sentada en una sillón de rejilla, la piel blanquísima, los pechos desnudos, el collar de perlas sobre ellos, la mirada ausente, distraída, elegante, pensativa, acaso un punto melancólica y distante, los ojos pintados de azul y aquel pelo corto, tan corto y tan poco común en actrices o modelos eróticas o pornográficas (tan poco común en casi todas las mujeres jóvenes de la época, a decir verdad), que le sentaba estupendamente. ¿Qué estaría pensando?, podrían pensar aquellos niños de once o doce años. Ah, eso era lo menos importante. Eso no contaba. Lo que contaba eran las risas silenciosas, la excitación, los nervios para que los curas o los profesores no descubrieran el hallazgo que corría, escondido en una carpeta o en un cuaderno, de mano en mano, de pupitre en pupitre. ¿Quién había conseguido aquella fotografía? Acaso uno de los repetidores, pero eso tampoco importaba demasiado. A mí me fascinaba, claro, aquella fotografía. No como a los otros chicos, sino como me fascinaban, ya entonces, las fotografías de Romy Schneider, Lauren Bacall o Grace Kelly. Aquellas fotografías que ya iba recortando y recogiendo en carpetas o álbumes (aún conservo algunos de ellos, en casa de mis padres, cerca de aquellos discos de vinilo que iba comprando y de los que no pienso desprenderme). Pasarían los años y descubriríamos la vida que había detrás de aquel mito erótico que fascinó a tantos ojos como lo observaron, como disfrutaron -seguramente- de su pose, de su desnudo. No hacía falta, en este caso, echar a volar demasiado la imaginación. Lo evidente tenía más fuerza que lo insinuante. La otra cara estaba ahí, sin que por entonces lo supiésemos, como estaba en la vida de (me viene así, a la memoria, pese a ser mejor actriz que Sylvia) Amparo Muñoz. Mujeres expuestas al mundo entero por su belleza, que no supieron o no pudieron encontrar la felicidad. O un atisbo, al menos. Que la vida, siempre tan caprichosa, tan puñetera, no se lo permitió. Veo numerosas imágenes de Sylvia Kristel, muchos años después de aquella mítica fotografía con la que muchos hombres soñaron (y seguirán haciéndolo, me imagino, que ésa es la grandeza de lo clásico, de lo mítico: el sillón de rejilla, los pechos desnudos, el collar de perlas, etc), y en todas ellas, su mirada, tan hermosa, tiene un poso de tristeza casi insoportable. El paso de los años, la suerte, las compañías, la propia vida, aquella enfermedad que de manera tan brutal se cebó en ella... Quién sabe. O quizás, sí, a estas alturas ya lo sabemos. Ya vamos sabiendo, por desgracia, demasiado.
Yo recuerdo el mismo trajín,idéntico nerviosismo en un aula con cura de sotana negra que nos vigilaba en quinto de E.G.B. con una fotografía de Farrath Faucett Major desnuda.La discusión era si aquella fotografía era un fotomontaje o no.El ángel de Charlie en pelotas; todo un revuelo,en silencio,de mano en mano.Y la maldad flotando en el ambiente; teníamos un compañero que se ponía colorado hasta la raíz de los cabellos por casi cualquier cosa.Cuando le tocó el turno de ver el "asunto" se puso,en efecto rojo con el consiguiente riesgo de que "confiscara" el material aquel animal vestido de negro.Por fortuna pudo más el ansía de ver a la rubia de nuestros sueños infantiles que las más que propicias risotadas que pudieron haberse suscitado. En el recreo colas para volver a verla. Sí, era un fotomontaje, pero qué poco nos importó...
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