Cuando pienso en Catherine Deneuve, como es lógico, me vienen a la cabeza muchas imágenes. Catherine, sofisticada, bebiendo un Martini; Catherine, diva consentida, fumando en un hotel durante una rueda de prensa; Catherine, en San Sebastián, recogiendo un premio Donostia; Catherine, sobre un escenario, cantando con Rufus Wainwright; Catherine, con un vestido lleno de plumas, en la gala de los Oscar la única vez que fue nominada (por 'Indochina'). Y así, un largo etcétera. Después, aparecen casi todas las imágenes pertenecientes a sus películas más emblemáticas. Catherine joven, Catherine de mediana edad, Catherine cerca de los ochenta años (cumple hoy 79). Y sobre todas ellas, la imagen de Catherine en 'Los ladrones', de André Techiné. El director conoce bien a la actriz (han rodado varias películas juntos), pero creo que es en esa donde Catherine realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, con permiso de Buñuel, Truffaut, Polanski, Ozon y demás. Ríe, sufre, se enamora, se desmorona. Transmite humanidad, calor dentro del frío, emociona. No es complicado comprenderla. Ella, más alejada que de costumbre de su hierático rictus, consigue todo eso. A su lado, inmenso como siempre, Daniel Auteuil.
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