Bárbara Lennie, con ese aire lejano a la joven Charo López y a las actrices del cine clásico (eso que también podríamos decir de Cate Blanchett, por ejemplo). Bárbara Lennie, inmensa, arrolladora, en 'Los renglones torcidos de Dios'. La cámara la sigue, no se despega de ella en ningún momento. Refleja sus comportamientos, sus juegos, sus ambigüedades, sus poses distinguidas, sus movimientos elegantes, sus aires sofisticados, sus hermosos rasgos, sus recelos. Y ella, Bárbara Lennie, le ofrece toda la verdad, aunque a veces esa verdad no sean más que mentiras. Silencio. Silencios. En los silencios, también se mueve con soltura. Los silencios se centran entonces en la mirada. Sobran, por tanto, las palabras. Lennie hace y deshace, aparenta y deja de aparentar, finge y dejar de fingir. Sigue jugando. Y baila. Y cómo baila. Cómo baila. Es durante ese baile cuando me viene a la cabeza (no puede evitarlo) su interpretación en la potente obra de teatro 'Hermanas', de Pascal Rambert, sobreviviendo -sin exagerar- a toda clase de dificultades: sillas que vuelan por los aires, palabras que hieren, pasados que sobrecogen. Enfrentamientos salvajes, lamentos difíciles de ocultar por más tiempo. Todo parece fácil, aunque no lo sea. Nada lo es. La película es la fiel adaptación de la novela, sí, y es ella, Bárbara Lennie, aun estando tan bien acompañada por los demás actores, sobre todo ella.
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