Y entonces te das cuenta de que han pasado treinta años. Y te ves allí, en la librería de viejo Valdés, auténtico icono de la ciudad, templo para el rastreador de historias y papeles descatalogados, rebuscando libros. Toda clase de libros, toda clase de géneros. Buena literatura. Buenos precios. Cristina Peri Rossi también estaba por allí, en aquellos estantes atiborrados, en aquellas mesas donde no cabía un solo papel más. La escritora hablaba claro sobre el deseo hacia otras mujeres, sobre el exilio, sobre el amor, sobre Cortázar, sobre el jazz, sobre París, sobre aquellos días en un hotel de Nueva York... Poemas y cuentos. Realidades y deseos. El tránsito hacia la madurez. Lo cotidiano convertido en literatura. Qué valiente nos parecía entonces, qué atrevida (como Terenci). Treinta años atrás las cosas relacionadas con el amor y el deseo con personas del mismo sexo, seguían siendo temas conflictivos. Sobre todo, en ciudades pequeñas. Estos últimos años han sido decisivos para muchas libertades, derechos aprobados por leyes, rostros -por fin- al descubierto. No lo olvidemos. No olvidemos que, gracias a eso, el miedo se fue haciendo más pequeño. Había libertad, sí, pero todo tenía su límite. Ella, Cristina, traspasaba con naturalidad esos límites. Por eso, aquella voz entremezclada de literatura, nos gustaba. Uno puede sentirse libre aunque la sociedad -en general- sea opresora. Pero se siente aún más libre si comparte, aunque sea en la distancia y a través de los libros, con quien siente (o piensa, o sufre, o grita, o ríe) como tú. No he dejado de leerla. Ni de hablar sobre ella con quien también la admira (Esther, querida). Por eso hoy es un buen día. La voz de Cecilia Roth pondrá voz al texto de la autora. Y de alguna manera, reconfortados, sentiremos que el camino -todos los caminos, tan empinados en ocasiones- ha merecido la pena. Aquel dinosaurio y aquellas tardes.
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