No hay mascarillas, ni rabia, ni gritos, ni colores que evocan al ruido, ni situaciones apocalípticas. Podría haber algo de todo eso en la nueva exposición de Marga Sancho, 'Bruma en tránsito' (museo Barjola, Gijón), dado que sus nuevas creaciones se acercan a los sentimientos vividos el año pasado durante la pandemia y los aislamientos producidos por el coronavirus, pero no es así. Quizá, aun estando en su derecho de reflejar algo parecido, eso hubiera sido lo más fácil. Algo por lo que en muchos de aquellos momentos pasamos la mayoría de las personas (todos esos pensamientos, toda esa fragilidad), imagino que la propia Sancho incluida. Pero ella, la artista, huye de ahí. No es el enfoque que ha querido reflejar en sus cuadros sobre la tragedia. Sobre la inesperada y cruel sorpresa que nos cayó encima casi de la mañana a la noche, sobre sus brutales consecuencias. El dolor y la rabia y la muerte están ahí, cada día aún, pero ella ha querido plasmar en su nuevo trabajo una especie de bálsamo -los colores suaves, la luz tímida que se cuela por las ventanas, puertas que se abren, la esperanza al fondo...- para hacer más llevadero lo inexplicable, la herida y lo que continúa escociendo sobre esa herida. Esa bruma que se cuela en sus cuadros y que no se trata de una bruma que agobia, que engulle, que atrapa, sino de una bruma que intenta suavizar, calmar, encontrar cierto refugio y cierto sentido a tanta desazón, a tanto desequilibrio, a tanta impotencia. Y así, sin embargo, llevándonos por el camino más sosegado, menos estridente, consigue que analicemos todo eso, la rabia y la furia que todavía está presente en nuestras vidas (las huellas que quedan, las que aún están por venir), pero limando el dolor, arrinconándolo en cierta medida; planteándose la luz que surge por el muro derribado, por la grieta. Esa luz a la que, como Sancho en su nuevo y excelente trabajo, nos agarramos para hacer más llevadero el complicado paso de los días. Ese tiempo que está por venir.
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