¿Dónde estamos? ¿Dónde queremos estar? ¿Es el viaje el punto de partida o de llegada? Son las preguntas iniciales que nos plantea Juan Cavestany en su última película, 'Un efecto óptico'. Una pareja que ya ha cumplido los 50 decide viajar -con unas ganas un tanto forzadas: viajar por viajar, casi por obligación, porque todo el mundo lo hace, con mismo el entusiasmo del que se plantea comer una pera o un plátano, un filete o una rodaja de merluza- de Burgos a Nueva York. Y a partir de ahí todo se vuelve nebulosa, desconcierto. ¿Están en Burgos o están en Nueva York? (La siguiente frase puede ser un pequeño spoiler para la gente más susceptible, advierto). El detalle de la mortadela es soberbio: metáfora brillante de esa gente que viaja y no quiere perder sus costumbres locales ni un solo día. ¿Servirá la aventura para mejorar su relación de pareja? ¿Les abocará el viaje a un lugar sin retorno? ¿Están realmente en Nueva York o no se han movido de Burgos? Más incógnitas. Puede que las respuestas no estén en la película, sino en la cabeza de quien la está viendo. Ellos caminan por paisajes inhóspitos o por turísticos espacios demasiado trillados. Hablan o guardan silencio. Se miran. ¿Se reconocen o no se reconocen? ¿Se necesitan? El laberinto, más que en la propia película (que también), está en sus cabezas. Y de ahí se traslada a las nuestras.
sábado, 27 de marzo de 2021
Un efecto óptico
Una apuesta curiosa, extraña, interesante y arriesgada, como es propio en su director. Y dos intérpretes -Carmen Machi y Pepón Nieto- que logran transmitir apatía y desconcierto, ilusión y desgana. Atención al personaje de Luis Bermejo (siempre espléndido, aunque no abra la boca). Puede que ahí se encuentre una de las claves de la historia. Las otras, como ya he apuntado antes, están en nuestras cabezas. Y se irán desenmarañando a medida que pasen las horas. O tal vez no.
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