Estoy en un rincón, con un libro en las manos. Puede que aún no tenga diez años. Veo a mi abuela Virginia sentada delante de su máquina de coser. Mueve las manos con soltura, la tela que avanza bajo la aguja. Habla con mi madre, se ríe (la abuela siempre reía mucho), me dice algo que no alcanzo a escuchar. Observo su destreza trabajando. La abuela se pasó la mayor parte de su vida delante de esa máquina, trabajando duro. Trabajando sin descanso, como tantas mujeres de su generación en ése u otros oficios. A veces, mientras se toma un respiro para beber un vaso de agua o comer una pieza de fruta, lo recuerda. Recuerda el duro trabajo. Sin rencor. Con alegría (la abuela era una mujer alegre). Necesitaban el dinero que ganaba con ese trabajo. Puede que no supiera mucho de feminismo, puede que no supiera nada de feminismo. Sin embargo, sí sabía desde pequeña lo que era trabajar. Pasarse las horas hilvanando, deslizando el jabón sobre las telas, creando prendas con rapidez y estilo. Salir adelante.
lunes, 8 de marzo de 2021
8 de Marzo
La observo desde mi rincón, desde esos diez años sin cumplir aún. La imagino mucho más atrás en el tiempo, cuando yo todavía no había nacido. Es una imagen tan poderosa que me conmueve y que me sosiega al mismo tiempo, cada día. Su esfuerzo, su dignidad, su alegría. Ese empeño por demostrar que ella estaba por encima de los contratiempos que se le pudiesen poner por delante. Toda esa fuerza.
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