Lo recuerdo bien. Tenía nueve años. Estaba en el vestuario del colegio, después de la clase de gimnasia, cambiándome. De repente, de las duchas salió un chico que estaba en COU. Desnudo. Empezó a secarse con una toalla. Sabía que tenía que disimular, pero no podía apartar la mirada de su sexo. Grande. Sentí, como el niño de 'Dolor y gloria' cuando descubre al obrero desnudo en su casa, esa misma especie de atracción y rubor. Ese deseo, sin conocer aún el significado de la palabra. Ese deseo que también está en varios textos de Marguerite Duras. El primer deseo. Aquella atracción por un cuerpo adulto desnudo, por aquel sexo exhibido con total naturalidad.
Supongo que todo el mundo, independientemente de su sexualidad, tiene experiencias parecidas. Yo me reconozco en ese niño que luego se convertirá en director de cine, en esa escena rodada de una manera tan sutil y tan hermosa. Uno de los méritos más destacados de una película llena de sensibilidad y aciertos.
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