Dos billetes para Alexanderplatz
El conductor de autobuses
tenía los ojos azules,
el pelo rubio,
cara de sueño y
una polla enorme
(imposible no fijarse).
Me quitó bruscamente
los catorce euros de la mano
y me entregó un par de billetes.
Nos sentamos en los primeros asientos.
La gente se movía en bicicleta,
a pesar de la lluvia.
Uno de aquellos tipos
-impermeable transparente,
gorro en la cabeza-
se aproximó demasiado y
el conductor farfulló algo
-el alemán, ese idioma-
de malos modos.
Alexanderplatz, dijo después,
señalando con el dedo
el final del trayecto.
Nos bajamos.
El conductor arrancó
a toda velocidad,
pensando,
probablemente,
en toda la jornada que
tenía por delante,
en la mujer que
había dejado en la cama.
Maldiciendo la lluvia.
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