En Berlín, la pasada semana, me impresionaron más esas partes del muro original que se conservan en el Museo Märkischen que la visita a lo que queda del propio muro, ahora pintado con imágenes de diferentes artistas. La decrepitud le otorga a la piedra el verdadero símbolo de lo que fue todo aquello. La ciudad dividida en dos partes. El pensamiento de sus habitantes. El miedo o la resignación, o ambas cosas. Y la frialdad como emblema. El frío físico y el frío moral. Paseando por allí puedes sentir ambos conceptos. Y te sientes un poco a la intemperie, como si las cicatrices -tantas, tantas- aún no estuvieran completamente cerradas.
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