Dicen que no se puede volver al lugar donde fuiste feliz. Mentira. La frase queda bien en las canciones o en los poemas pero es mentira. Con matices, claro. Se puede volver asumiendo que las circunstancias son otras. Que la edad es otra. Que la vida es otra. Que las cicatrices pesan y que lo mejor que puedes hacer para aligerarlas es asumir que tu rostro en el espejo no es el mismo. Que lo que hay detrás, que es lo verdaderamente importante, tampoco.
Se puede volver a los lugares donde fuiste feliz, no hay duda. La leyenda se queda para las canciones o los poemas. Lo importante es dejar lo más pesado del equipaje a un lado. Y a estas edades, qué demonios, lo pesado es mucho. Saber dejar eso a un lado, aunque sea por unos días, es lo inteligente. Que 20, 30, 40 años no son nada.
Y luego, frente a ese mar que es tan importante como el mar del territorio donde naciste, ya sólo queda dejarse llevar.
Sin ropa, sin miedo, sin aderezos.
Como si todo ocurriese por primera vez.
Porque, en el fondo, sin ingenuidades, todo ocurre por primera vez.
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