Cipotes enormes dibujados en los márgenes de la sociedad, en paredes manchadas de semen y pinturas de muchos colores que guardan secretos y besos furtivos y aullidos secos y feroces. El sexo fugaz, la eclosión de creatividad del Nueva York de finales de los 70 y principios de los 80, hasta que la aparición del sida acabó con buena parte de aquellos sueños de libertad y de una euforia que se manifestaba en todas sus expresiones y dimensiones. Artistas de toda condición: inconformistas, iconoclastas, enfervorecidos, autodidactas, salvajes, radicales, marginados... Artistas, como David Wojnarowicz (1954-1992), que admiraban a otros artistas, pero que anhelaban dejar sus propias huellas en aquellas paredes y en todas las que se fueran poniendo por delante. El arte y el sexo (y sus numerosos riesgos) como motor de vida. Arthur Rimbaud, emblema total. Genet, Whitman y Burroughs, justo detrás, como maestros a seguir. La humedad del río, en cualquier estación del año, siempre cerca. El propio río y su caudaloso runrún, uno de los ejes de esa ciudad que nunca duerme, como una especie de barrera que separaba ambos mundos.
A partir de entonces, de la aparición del sida, David Wojnarowicz, escritor, fotógrafo, escultor y músico, radicalizó su posicionamiento de activista a favor de las personas seropositivas. Alzó la voz de una manera casi violenta, se enfrentó a políticos que miraban para otro lado, a médicos que temían rozar aquellos cuerpos que ya parecían cadáveres y con los que les tocaba enfrentarse casi a diario. Su voz, la voz de David, que puede escucharse en la exposición que estos días el Museo Reina Sofía le dedica en una de sus salas, sólo puede asustar a quienes se empeñan en creer que el pensamiento y las formas de vida únicamente poseen una dirección: la que ellos determinan con sus votantes y demás compinches, sin pararse a pensar en el pensamientos del otro, de los otros. Esas otras formas de vida, de entender el mundo y de situarse en él. Con todo un compromiso ético (y estético, sin duda) detrás.
El fotógrafo Peter Hujar fue su amante y mentor. "Mi padre, mi hermano, mi lazo emocional". Tras la muerte de Hujar en 1987 a causa del sida, David filmó y fotografió su cabeza, sus manos y sus pies. Tanto el vídeo ('Fragments from a film about Peter') como las fotografías pueden verse en la exposición y conmueven por la dureza y el afecto con el que están realizadas. La cara afilada, los huesos desencajados, el camisón del hospital: toda esa desnudez, toda esa desolación. Un cuerpo casi a la intemperie. Es, sin duda, la parte más dura y a la vez más emotiva de esta exposición que muestra fotografías, collages, dibujos, pinturas... Color y blanco y negro. Amor y fragilidad y rabia y una voz que ya no se callará hasta su muerte (fue diagnosticado de sida pocos meses después de la muerte de Hujar).
David Wojnarowicz murió a los treinta y siete años. Dejó escrita una de las frases más escalofriantes que he leído en los últimos tiempos: "Transformar lo privado en público es una acción con consecuencias terribles".
La exposición puede verse hasta el 30 de septiembre.
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