La inocencia y la crueldad. La oscuridad y el chispazo azul que ilumina. La luz de una vela que alumbra y abrasa los dedos y las pestañas si te acercas demasiado. Los secretos de la infancia y los secretos de la edad adulta. Todos esos secretos acumulados que nos protegen y nos arañan al mismo tiempo. Tengo la sensación de que la obra de Ana María Matute, cinco años después de su muerte, no sólo conserva su vigencia sino que va en aumento. ¿Por qué? Es sencillo: porque hay algo en ella que la diferencia del resto. La creación de un universo propio que parte de su imaginación y del que te hace partícipe cada vez que regresas a él y te involucras como uno se involucra en un viaje que se lleva planeando mucho tiempo.
Siempre he pensado que leer libros viene a ser algo así como abandonar con todas las consecuencias este mundo y adentrarse en otros donde a veces hallamos reflejo. Pocas veces esta idea está tan clara como leyendo (releyendo) a la Matute.
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